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La contemplación eucarística es el don de saber establecer un contacto de corazón a corazón con Jesús presente realmente en la Hostia y, a través de Él, elevarse hasta el Padre en el Espíritu Santo.
Los grandes maestros de espíritu han definido la contemplación como “una mirada libre, penetrante e inmóvil”, o bien como “una mirada afectiva sobre Dios”. Esto nos dice que la contemplación cristiana nunca tiene un único sentido, ni tampoco está dirigida a la “Nada”. Son siempre dos miradas que se encuentran: nuestra mirada sobre Dios y la mirada de Dios sobre nosotros. Si a veces se baja nuestra mirada o desaparece, nunca ocurre lo mismo con la mirada de Dios. La contemplación eucarística es reducida, en alguna ocasión, a hacerle compañía a Jesús simplemente, a estar bajo su mirada, dándole la alegría de contemplarnos a nosotros que, a pesar de ser criaturas insignificantes y pecadoras, somos sin embargo el fruto de su pasión, aquellos por los que dio su vida: “Él me mira!”.