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Cuando sentía el frío ingrato de la soledad se colocaba cuidadosamente sobre los restos de un fuego, ya extinguido, con el único pretexto de calentarse el alma.
Poco tiempo después... se la oía crepitar.
En la memoria de un azul se aviene y todos los recuerdos se salpican. Aquellos ojos oceánicos, aquellos luceros incitantes
Al contrario de todas las demás que habitaban su jardin, ella, únicamente se abría al mundo durante el claro de luna.
Le gustaba sentirse ingrávida. Si se lo proponía era capaz de girar sobre su propio eje o realizar piruetas al borde de la realidad o inclinarse hacia donde más pesaba la balanza o dar volteretas entre la locura y la cordura o pasar horas con la cabeza en el sur. Era capaz de todo menos de poner los pies sobre la tierra.
Desnúdate a mi lado, y deja que la arena se meta entre los dedos de tus pies y te haga cosquillas. Siente la acaricia del agua que intenta mojarte junto con la palma de mi mano que te toca mientras te miro. Hazme el amor sin retirar tus ojos de los míos
La voz retrasa la frecuencia cardíaca. Incremento de algún instante que recuerdo ser amor
Tan absurdo como pintar la luz con un pincel de fuego. Así eres, amor, querido pensamiento. Hazme tu lienzo de vino soñado sin tiempo
Me incorporo hasta tus ojos de mórbida intención y como tus ansias, me entrego al sol desnudo por los perfiles de tu sombra
Te quiero ver brillando sobre las olas, olvidando nuestras muertes. Yo escaparé de este arcoiris que se incendia a cada rato y te regalaré una margarita para que recuerdes mi sombreada carcajada, la de una loca. Porque solo los locos pueden entender las tardes negras de esta vida
Yo en tus manos. Tú en mis manos. Invento algo palpable que no muera nunca... pero llega el vértigo