Aceite de oliva

Cuentan que un día Zeus decidió conceder la protección y el dominio de Grecia al dios que fuese capaz de aportar el regalo más provechoso a los hombres. Poseidón y Atenea aceptaron el reto. El primero regaló al hombre el caballo, convencido de su victoria, cuando vio acercarse lentamente a Atenea con una ramita entre sus manos.

Era una ramita retorcida con pequeñas hojas color verde y plata. La diosa se detuvo y comenzó a exponer las virtudes de la planta. Su fruto dará fuerza al organismo, aliviará a los enfermos e iluminará las noches de los seres humanos, comenzó a decir. Inmediatamente Zeus la declaró vencedora, cediéndole la soberanía de la nación griega. Era una rama de olivo. Y hace 3.000 años los fenicios trajeron el olivo a la península ibérica. 

Comentábamos ayer que la dieta mediterránea estaba reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Y, sin duda el componente más importante de esta dieta es el aceite de oliva. Sus propiedades alimenticias y saludables, que empezó a enumerar Atenea, las podemos encontrar en cualquier guía de alimentación.

Pero yo quiero subrayar su extraordinario sabor. Porque me pregunto ¿alguien se resiste a desayunarse una tostada con ajo restragado y un chorro de aceite de oliva?. Yo, desde luego, no.

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