Guerra y devastación en Ucrania, guerras añejas en países de África como Etiopía, Yemen, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo, Mozambique, el maltrato a las mujeres en Irán, Afganistán y otros países, conflictos en Latinoamérica, tensiones en Oriente Medio, problemas medioambientales .... Tal parece que los humanos, capaces de lo mejor y lo peor, hubiésemos perdido la sensatez y la cordura. Vivimos, pues, en un mundo convulso (¿hubo algún momento en la historia que no fuese convulso?).

Y ante todo esto surge la reflexión. ¿cuál es nuestra actitud?, ¿cuál nuestro aporte para superar estos graves problemas?. No son pocos los que se desentienden bajo el argumento de que no está en su mano resolverlos. Y ciertamente como simples ciudadanos poco podemos hacer. Pero no debemos olvidar que como sociedad si tenemos fuerza para aportar soluciones. Crear un estado de opinión, una conciencia colectiva, una esperanza compartida, es fundamental para mover el asiento de los gobiernos y los poderes fácticos en pro de buscar respuestas en positivo.

Como dice el viejo refrán "un grano no hace granero pero ayuda al compañero". El lenguaje popular habla de "nuestro granito de arena". Porque aspirar a un mundo mejor, no solo es un derecho. Es también una obligación. En la pasada Navidad, durante la bendición "Urbi et orbi" el Papa Francisco habló de "un mundo enfermo de indiferencia" ante "una grave carestía de paz", ante el sufrimiento y el hambre. Un mundo regido por "el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira". Y terminó clamando "¡Que Dios, dijo, ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas!"