Domingo de Ramos

Poco antes de marchar a Jerusalén por la Pascua, Cristo había advertido: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24).

Llegada la fecha, Cristo entra en Jerusalén montado en un pollino y así, cumple un gesto mesiánico que Zacarías había profetizado: "No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna" (Zc. 9,9). Era costumbre entre las gentes reunidas para la Pascua recibir con gritos y cánticos a los nuevos grupos que llegaban. Pero las personas de estirpe regia eran recibidas además echando mantos, ramos de olivo y palmas a los pies de las monturas reales, alfombrando el suelo para que estos pisaran sobre ellos. 

Y así recibieron a Jesús: “Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían gritaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mc. 11,9), en una auténtica proclamación mesiánica. Pero el mesianismo de Cristo no era mundano. Le esperaba una muerte de cruz.

En la liturgia de hoy, se utilizan estos mismos elementos (palmas y ramas de olivo) que recuerdan este momento que nos narran los Evangelios.

Imagen: Niños hebreos con ramas de olivo. Procesión de Domingo de Ramos de Cartagena. Cofradía California. (de mi archivo)