Notas de violín

Imagen: Raúl Martín
Texto: Chiara Almasy

Al abrir la ventana franqueo la entrada al ruido del tráfico, de las conversaciones aisladas del que pasa sin detenerse, del canto de los pájaros… la banda sonora de la ciudad entra de lleno en este espacio en el que mis alumnos bostezan, contando los segundos que faltan para las vacaciones.
Me acodo en el alféizar, ausente. En la plaza que veo enfrente de mí hay niños jugando, ancianos paseando al sol, parejas jurándose amor eterno… Pero le falta algo. Falta lo que de verdad daba sentido y vida a esta plaza que ahora me parece tan vacía; su verdadera personalidad.
Lo conocí cuando empecé a trabajar: la música de su violín acompañó mis pasos desde los primeros días. Me habitué a ella mucho antes que a mis horarios y a mis alumnos, al igual que a su sonrisa, a su flor prendida en el ojal. Siempre una palabra amable para todo aquel que pasaba, un gesto cariñoso, una sonrisa franca en sus labios. Nunca le vi aceptar más limosna que una taza de café o un cigarrillo. Y siempre en la misma esquina, arrancando melodías de sus cuerdas. A pesar del frío o del viento. Día tras día, puntual en su cita con la plaza.
Recuerdo el primer día que hablé con él. Estaba en una cafetería, ensimismada en mis miserias, echando de menos a quien nunca tuve, cuando le vi entrar, pedir un café y rebuscar en sus bolsillos hasta sacar un paquete de tabaco. Un paquete vacío. Miró a su alrededor y me descubrió sentada, sola, fumando en silencio. Pero no hizo ningún gesto más.
Fui yo la que tomó la iniciativa, ofreciéndole de mi tabaco. Sonrió mientras se acercaba y con timidez cogió uno de mis cigarros.

- Gracias, cara… - hermoso acento italiano que hasta entonces no había podido escuchar -. ¿Cómo agradecerte?
- No es nece…
Pero antes de que pudiera terminar la frase, me tendió una flor de cartón, recién creada delante de mis ojos con el paquete vacío que había sacado de su bolsillo.
- ¿Cómo ha…?
- Magia, mi cara amica. Simplemente magia, que está en todo lo que nos rodea- mi mirada debió, una vez más, hablar antes que mis labios, porque mientras sonreía, continuó -: La magia está en todo, mi pequeña. Sólo has de buscarla y aparecerá.
- Espero poder encontrarla…
- Seguro que sí, si la buscas. Al igual que olvidarás al que ha teñido tus días de gris al haberse alejado cobardemente.
- ¿Es usted mago? – No pude ocultar mi sorpresa. ¿Me había leído la mente?
- No, mi cara, yo no soy nadie. No soy más que un viejo violinista que quiere pedirte un favor.
- Por supuesto.
- ¿Puedes tratarme de tú? Puedo ser viejo en edad, más no es espíritu…

Desde entonces él fue “tú” y yo fui “cara”. Y todos los días me esperaba en aquella misma mesa, en aquel mimo bar, para regalarme historias sobre lugares remotos, pasiones pasadas y sueños de un joven que ya no está pero sigue siendo, mientras borraba el gris de mis días pintándolo de color esperanza. Y muchas horas pasaron dulcemente escuchándonos, mientras nos impregnábamos en café y tabaco.

- ¿Por qué tocas todas las tardes a la misma hora en el mismo sitio? – Me atreví a preguntarle un día de lluvia.
- Porque es la mejor hora y el mejor sitio para que me escuche quien quiero que lo haga.
- ¿Y quién es esa persona?
- Una mujer que nunca supo quién soy salvo por mi música.

Sus ojos se cubrieron de nubes, y no quise seguir preguntando. Pero todos los días, cuando lo oía tocar, miraba a mi alrededor, intentando encontrar a esa mujer que debía estar ahí pero nunca estaba.

- ¿Nunca has hablado con ella? – otra tarde, otro café, mismo escenario.
- No, mi cara… no sabría qué decirle. Las palabras no llegan a veces. No sirven. Yo no tengo estudios, no soy más que un viejo apátrida que un día se enamoró de una ilusión intangible y tan volátil como las notas de mi violín.
- Tus notas perduran mucho más allá del tiempo.
- Así sea, cara. Porque no queda mucho para este viejo... ¿Te puedo pedir otro favor, querida amica?
- Por supuesto.
- Conviérteme en letras. A cambio yo te haré música, para que nuestros recuerdos, como tú dijiste, perduren más allá del tiempo.

Cogiendo su raído abrigo se levantó y se fue.
Han pasado muchos días, meses, alguna estación… y mi viejo amigo ya no ha vuelto. Sigo esperando su regreso en esta misma mesa en la que un día me regaló retales de su vida perfumados de café, tabaco y música. Sigo buscando a la mujer que, como yo, está esperando su regreso.
Y sigo guardando aquella flor de cartón como recordatorio de sus palabras.
Hoy he decidido cumplir mi parte del trato y convertirlo en palabra. Ahora sólo espero que vuelva, y que me convierta en música.