Oficios que desaparecen: relojero

Hubo un tiempo en que un reloj era un bien muy preciado que se conservaba durante años. Por aquel entonces no existían las señales horarias y la hora podía diferir en algún minuto de una ciudad a otra. En Cartagena la hora oficial la marcaban los cañonazos de salva que se disparaban en el Arsenal Militar. A las 8 de la mañana, a las 12 del mediodía... "¿Tienes hora buena?...¡Voy con el cañonazo!"...

El caso es que cuando nuestro reloj presentaba algún problema de inmediato se lo llevábamos al relojero, quien le abría la tapa y colocándose la lupa de catorce aumentos en el ojo, hacía su diagnóstico. Aquellos talleres de relojería contaban con un instrumental que más parecía la mesilla de un cirujano: un escariador para agrandar agujeritos, un compás de ochos, tornos relucientes para reparar ejes de volante, mandriles ....

Pero llegaron los relojes de cuarzo a los que no hay que darles cuerda cada noche y el oficio de relojero fue decayendo. Actualmente la gente cambia de complementos con mucha frecuencia y, antes de reparar un reloj prefiere comprarse uno nuevo. Hoy las relojerías no hacen otra cosa que cambiar pilas. A veces aparece alguien con un reloj de bolsillo de su abuelo al que quiere devolver la vida.

Lo cierto es que quedan muy pocos relojeros. Hasta hace poco existía en la calle Carretas de Madrid un pasaje que era conocido como "pasaje de los relojeros", pues allí parecían concentrarse los últimos relojeros de la Villa y Corte. Ignoro si estos relojeros permanecen o ya echaron la persiana, pues este era oficio que pasaba de padres a hijos, pero hoy en día se buscan otras actividades más fáciles y sobre todo más productivas.

 "¿Tienes hora buena?...¡Voy con las señales horarias!"

Imagen de internet