Querella de las Investiduras

Imagen: El rey Enrique IV suplica a la Condesa Matilde de Toscana y al abad Hugo de Cluny que intercedan por él ante el Papa Gregorio VII. (del manuscrito "Donizo". Manuscrito iluminado. Biblioteca Apostólica Vaticana)

HISTORIA DE LA HUMANIDAD A TRAVÉS DE LA PINTURA Y EL ARTE

Siglo XI. La interacción entre del poder eclesiástico y el poder civil, terminan chocando frontalmente.

Cuando en 1073 Es elegido Papa Gregorio VII, dictó una serie de disposiciones compendiadas en el "Dictatus papae" de 1075, por las que se proscribe la extendida práctica de la simonía, y se priva a reyes y emperadores de la facultad de nombrar cargos eclesiásticos.

En contra del decreto papal, Enrique IV, Emperador de Sacro Imperio Romano Germánico, convoca un concilio para derrocar al Papa. La reacción de este es la excomunión de Enrique IV, absolviendo a sus súbditos de su juramento de obediencia hacia el emperador.

Enrique IV, en peligro entonces de perder la corona, protagoniza un hecho singular: revestido como penitente se dirige al Castillo de Canossa, propiedad de la Condesa Matilde de Toscana y residencia provisional del Papa, implorando el perdón de Gregorio VII. Durante tres días permaneció el humilde emperador descalzo y arropado con una simple capa a las puertas de la fortaleza, en aquel frio mes de Enero de 1077. El Papa, convencido por la duración de la penitencia y escuchando la intercesión de la Condesa de Toscana y el abad Hugo de Cluny, levanta la excomunión.

Pero lo que debió ser el fin del conflicto, no fue sino el inicio. Pues Enrique IV volvió a sus anteriores actitudes y convocó a los prelados alemanes en Brixen para declarar desposeído de su dignidad pontificia a Gregorio VII y nombrar en su lugar al arzobispo de Rávena.

El conflicto perdudaría vivo durante los papados de Victor III y Urbano II. Sería el Papa Calixto II quien en 1122 pusiera fin al conflicto mediente la firma del Concordato de Worms, ratificado un año después por el concilio ecuménico de Letrán. Por aquel protocolo se establecía un acuerdo entre la santa sede y el imperio, según el cual correspondería al poder eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas, mientras que al estamento civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de los derechos de regalía y demás atributos temporales. Los así investidos se debían al papa en lo religioso y al soberano laico en lo civil.