Tengo un juego por ganar y nada que perder.
Tengo miles de sueños de los que no quiero despertar
y un día que amenaza con hacerme abrir los ojos»
No he olvidado lo que quiero, pero no me quería levantar esta mañana.
La piel se me pegó a las sábanas. Los huesos se me hicieron tan pesados como un elefante. Se encajaron entre sí al colchón que me sostiene en las noches. Y mis pensamientos se evaporaron hasta volverse nubes.
Fue extraño, pero real. Antes hubiese pensado en una crisis de fe. Antes hubiese pensado en alguna clase de conspiración suprema o en karma. Antes hubiese pensado en cualquier estupidez.
Diez años atrás era, quizás, más feliz, pero ya no lo recuerdo.
A veces despierto sintiendo odio hacia mí misma. A veces despierto odiando todo lo demás. A veces no despierto porque simplemente no duermo.
Pero hace tiempo que decidí no tocar un trago, no contestar algunas llamadas, separarme lo suficiente de la gente, no bañarme algún día, no mirar tanta televisión, beber de menos, no darle muchas vueltas en mi mente a un mismo asunto sobre todo si no puedo solucionarlo.
Sólo escribir un poco, leer, dibujar, escuchar música, quedarme en silencio y soñar. Buscar un atardecer de vez en vez. Y no morir mientras lo intento. No despertar mientras sueño.
Quise escribir un poema y no pude mover mis dedos. Intenté dibujar sonrisas al atardecer y sólo me salió una mueca solitaria, extraña y distorsionada. Como la de un payaso psicópata drogado.
Bloqueé mi respiración con la almohada unos segundos. Luego, finalmente, me puse de pie.
Te lo he dicho, hoy no me quería levantar.
No he olvidado lo que quiero. Sólo he olvidado cómo llegar a lo que quiero.
