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DIONISIO DÍAZ
EL PEQUEÑO HEROE ORIENTAL
Dionisio Díaz nació el 9 de mayo de 1920 y murió el 9 de mayo de 1929, en el departamento de Treinta y Tres.-
La familia Díaz estaba radicada en dos ranchos, junto a las costas del arroyo de El Oro, como afluente del arroyo Parao y éste a su vez del río Cebollatí. Los dos ranchos, que servían de galpón, detrás del cual estaba el pequeño chiquero de terneros y más allá el que servía de vivienda.
En uno de los ranchos, vivía el abuelo JUAN DIAZ, una persona introvertida y el tío Eduardo Fasciolo, hijastro de Juan Díaz. En el otro rancho vivía María con sus dos hijos, Dionisio de nueve años y Marina que tenía alrededor de un año. María era hija de don Juan y esa noche tenía 27 años de edad.
Este rancherío quedaba a unos 5 Kms. o más de Pueblo de El Oro. Pero la tranquilidad de la vida del campo fue alterada para siempre por la tragedia.
La noche del 8 de mayo de 1929 estalló la ira de Juan Díaz apuñalando a su hija María.-
Cuando el viejo atacó a María cuchillo en mano, el niño dio un salto y se interpuso para desviar la puñalada.... A mamita, no. Tata!
María también gritó - Al gurí no Aunque fue en vano. Dionisio ya estaba herido en un brazo. La lucha continuó.
En el entrevero madre e hijo pelean por salvar mutuamente sus vidas. María cae exhausta y Dionisio es herido nuevamente en la ingle y el vientre.-
En aquella oscuridad entra Eduardo, el tío; no podía comprender qué sucedía, pero al encontrarse frente al viejo empuñando el cuchillo; trató de contenerlo, trabándose en la lucha, saliendo al patio bajo un parral, donde se confundían las sombras de los hombres. El tío fue herido profundamente.
Dionisio, también herido, corrió hacia la cuna dónde dormía su hermanita cargándola entre sus brazos. Se refugió con ella en la pieza del tío Eduardo. Cerró la puerta inferior y dejó la parte superior entreabierta debido a los intensos dolores que sentía.
El niño permaneció en silencio hasta que escuchó, la voz de su tío que le pedía que abriera la puerta, estaba muy mal herido le dijo al sobrino, hizo como un testamento verbal diciendo que el dinero era para el chico y que le dejaba el apero y el cuchillo... y murió. Los dos niños quedaron solos hasta la madrugada del día 9 de mayo.-
Dionisio se vendó al herida del abdomen con un trozo de sábana, reunió un poco de las ropillas de su hermana y abandonó los ranchos encaminándose hacia la Comisaría de El Oro 2ª Sección del Departamento de Treinta y Tres. Más de 5 Kms. lo separaban del local policial.
En el trayecto había que cruzar cañadas, pajonales y montes. Con fiebre y muy débil llegó a la Comisaría. Ante los sorprendidos policías dijo claramente: Abuelito está loco, anoche mató a mi madre y a mi tío. Yo pude salvar a mi hermana y la traigo para que ustedes me la cuiden bien, porque estoy muy cansado y necesito tomar agua y dormir.-
Los policías llamaron en seguida a un médico a Vergara que era del pueblo más cercano. Éste diagnosticó peritonitis y de inmediato fue llevado a la ciudad de Treinta y Tres.
Todo fue en vano, porque el pequeño falleció en el viaje diciendo Cuiden a mi hermanita, no dejen que la vea el Abuelo.-
Esta ejemplar hazaña se cuenta con admiración y orgullo hasta en los más apartados rincones de nuestro país. En la actualidad, en todos los departamentos hay una Escuela Rural que lleva su nombre. Dionisio Díaz vivió su breve existencia en el lugar donde habría de sacrificarla después, heroicamente, cuando contaba apenas nueve años.
Por vía materna procedía de chacareros sufridos y tenaces, que desde tres generaciones atrás se sustentaban con el producto de la menguada parcela de tierra que ellos mismos araban y sembraban. Su padre, en cambio, era contrabandista y poseía una bien ganada fama de valiente. Hombre de genuina idiosincrasia gaucha, jamás se avino a trabajar cumpliendo horarios fijos, sujeto a la atadura de la diaria obligación, obedeciendo las ordenes de patrones o de capataces. Tenia que ganarse el pan, porque era pobre, pero buscó para hacerlo un camino que no menoscabara su concepto de la hombría ni retaceara en lo más mínimo su libertad, bien más importante y sagrado para él que la existencia misma. Por eso se hizo contrabandista. Por que en la soledad infinita de los campos que cruzaba de noche, sin otra guía en el instinto y las estrellas, y expuesto siempre al peligro de imprevistas emboscadas, sentíase más satisfecho de sí mismo y más fiel de su destino. Porque para él, como para muchos otros criollos de su temple que yo alcancé a conocer, el oficio de contrabandista no nacía de un avieso propósito de infringir las leyes para sacar ventajas económicas, sino que tenía una raíz romántica, puesto que permitía evadirse de toda norma o canon de índole gregaria, quebrantar la rutina anquilosante, poner la sal del riesgo y la aventura en el incierto curso de los días, para salvarlos así de la monotonía del vivir común, descolorido e insípido.
De ese padre heredó sin duda el niño su coraje físico y su extraordinaria fuerza espiritual. Y de su madre el hondo apego a la tierra y el amor a las cosas de la naturaleza.
Pero además poseía Dionisio una sensibilidad y un sentido de lo bello extraños ciertamente en aquel medio rudo, donde la difícil y constante lucha por la subsistencia obstruían todo impulso de florecimiento espiritual.
Quién sabe de qué lejano ascendiente veníanle a nuestro pequeño héroe aquellas cualidades superiores que enriquecían su alma. Pero la verdad es que ellas integraban la esencia misma de su ser, y eran por lo tanto genuinos atributos de personalidad excepcional.
La irradiación de aquel singular espíritu, cuya luz se expandía generosa sobre la lobreguez de los ranchos miserables y sobre los ancestrales fatalismos de núcleo familiar, provocaba reacciones muy distintas en Juan Díaz, el abuelo de Dionisio, y en Eduardo Fasciolo, el tío comprensivo y bondadoso que estimulaba sus anhelos y compartía sus sueños.
A Juan Díaz, hombre introvertido y enigmático que hablaba más con sus bueyes que con los seres humanos, y que pensaba que la visibilidad consistía en ser agrio y espinoso, en no sonreír jamás, en mantener el corazón cerrado e inaccesible, molestaban le visiblemente la expansividad del niño, su comunicativa ternura, la cordial y permanente efusión de sus sentimientos y de sus emociones. Su falsa idea de la hombría hacíale suponer que eso era demostración inequívoca de blandura, de debilidad. Y se ensombrecía al imaginar que su nieto, a causa de esa suavidad y esa dulzura que asomaban en él a cada instante, carecería, cuando fuese mayor, del temple y la entereza que, según él, necesitaba todo criollo de ley para enfrentar la vida y vencer la adversidad.
Eduardo Fasciolo, en cambio, supo desde el primer momento entender y valorar la exquisita calidad del espíritu del niño al que profesaba un amor rayano en idolatría y cultivarla generosamente A su modo, con palabras y ejemplos. Era Fasciolo también un ser distinto a la generalidad de los hombres del lugar. Dueño de una inteligencia vivaz y de un corazón magnífico, tenia además inquietudes y afanes de superación que el ambiente no lograba sofocar. Su fuerte temperamento artístico y su notable habilidad manual se expresaban en la realización de los juguetes que hacía para Dionisio. Sin otra herramienta que un pequeño cuchillo, y desconociendo hasta los más primarios rudimentos del arte, tallaba sin embargo la madera con primor y gracia. Su sentido estético y su riqueza imaginativa se traducían sobre todo en las figuras de sus animales preferidos el caballo y el perro-, que gustaba reproducir en distintas actitudes, y a que a despacho de sus explicables imperfecciones tenían mucho del sabor y la frescura que sabían imprimir a las suyas los tallistas primitivos. Tal vez, de haber podido cultivar su natural aptitud, hubiera llegado a ser un xilógrafo importante. Pero quiso el destino que si vida transcurriera allí, dedicada a una misión mucho más alta: la de ir plasmando con su amor y su bondad el alma de aquel niño único, nacido para el martirio y la gloria, y ligado al cual habría de entrar él también en la inmortalidad.
Bajo su sana y espontánea tutela deslizáronse los breves años de Dionisio. Y la naturaleza, con sus sabias lecciones cotidianas, hizo lo demás. Así, poco a poco fue aprendiendo el futuro héroe su camino vital, el rumbo de la meta fértil y generosa que iluminaría después, y para siempre, el resplandor señero de su sangre.
Los viejos vecinos de la costa de El Oro recuerdan y repiten todavía, conmovidos, infinidad de anécdotas que ponen de manifiesto la tierna delicadeza y la finísima sensibilidad de aquel niño.
Cierta vez, según tales recuerdos, su abuelo encontró un nido de halcón con sus pichones, aun emplumes, que de inmediato resolvió matar. Dionisio le suplicó que no lo hiciera. Son muy dañinos estos bichos arguyó el viejo- Comen cuanto pajarito indefenso encuentran al alcance de sus garras. Pero vuelan tan lindo!....-dijo el niño. Además, ellos no tienen la culpa de ser así. ¿usted no come también las pobres ovejitas, que ningún mal le han hecho?. Y Juan Díaz, turbado y confundido ante la imprevista ocurrencia de su nieto, no se atrevió a matar a los halconcillos.
Otra ves el viejo empuño el hacha para cortar un laurel que había en el centro del patio. El niño, al darse cuenta de sus intenciones, se le puso adelante y le aferró las piernas con ambas manos. No, abuelito, por favor, que está lleno de pimpollos!. ¿Qué importa? Es muy grande y estorba en este lugar. Si siquiera sirviese para algo
.Pues da flores, y sirve para que los pájaros vengan todos los días a cantar en sus ramas. ¿Le parece poco? También en aquella oportunidad accedió el abuelo al pedido de Dionisio. El laurel se salvo de la amenaza del hacha. Y muchos años después de la tragedia, cuando entre las ruinas de los ranchos abandonados mostraban sus troncos secos y carcomidos los demás árboles del patio, sólo él continuaba sobreviviendo allí. Y el alegre y perenne verdor de sus follajes -que no había logrado marchitar el tiempo- era como un simbólico testimonio de la gloria del niño, también inmarcesible.
En otra ocasión Luis Ramos su padrastro, trajo del campo una mulita viva. Es para ti Dionisio ¿Te gusta? Tenia dos hijitos pero no les pude cazar porque se metieron en la cueva . El niño no vaciló un instante. Alzó en brazos el azorado animalillo, le pidió a Luis que lo condujera al sitio donde estaba la cueva de que hablara, y una vez allí depositó la mulita al borde del agujero, sonriendo feliz al verla desaparecer dentro de él, sana y salva.
Así era Dionisio Díaz, el niño gaucho todo amor y ternura, cuyo efímero paso por la tierra habría de dejar una indeleble estela, iluminada por el fulgor mas puro de la gloria.
Bonita frase.
Hola cielo que linda historia
me gusto mucho triste final pero
me gusto la hazaña del pequeño
gracias por esos lindos poemas
que me dejas en mi log
un beso de Luna
No se si decir que preciosa historia, o tristisima historia pues se entremezclan la ternura de lo infantil, con la tragedia de un niño maltratado hasta la muerte.
Sea como sea, interesante y heroica historia.
Besitos, que tengas un bonito dia
preciosa historia de nuestro pequeño heroe oriental,
como siempre tu fotolog me resulta hermoso!
criñpos.