var isMobileBrowser=false;
Podría quedarse toda una vida sentada esperando que pasase aunque si algo había aprendido es que el amor es un sentimiento impredecible y misterioso que convierte a los sensatos en estúpidos y a los héroes en villanos. Había tenido ocasión de comprobarlo esos últimos años, lo que la empujaba aún más a huir de él. Si hubiese olvidado, cosa que no ocurría, los desastres que provoca en el juicio de una mujer, de vez en cuando alguien se encargaba de recordárselo.
Era cierto que alguna vez topaba con raros ejemplos que amenzaban con demostrarle lo contrario, haciéndola creer que el amor podía ser una fuente inagotable de felicidad. Pero estos era tan escasos que no lograban hacerla cambiar de opinión.
El caso de sus padres era una de esas excepciones. Desde que tenía uso de razón recordaba haber visto el afecto fluir entre ellos, la misma adoración en los ojos de él y de ella, la perenne sonrisa complacida cuando se miraban, las inevitables demostraciones de ardor en algún rincón de la casa. Pero sus padres parecían haber sido bendencidos por el destino.
Ella no esperaba tener tanta suerte; ya no. Había dejado de ser una ilusa, alguién que deseaba cambiar el mundo. Conocía el sufrimiento que el amor provocaba y quería una tregua antes de embargarse por él otra vez. Reposar antes de continuar porque sabía que su corazón no estaba muerto sólo necesitaba descansar de tanto vaivén de sentimientos.
Gran Vía. Bilbao