miarroba

Si le hubieran concedido la oportunidad de pedir un deseo, un único deseo, seguramente hubiera pedido una isla a la que llamaría Libertad. Aunque eso sí, hubiera puesto una condición que por mucho que soplara el viento nunca, jamás, se hundiera.

Libertad, como añoraba esa sensación. Aunque nunca somos libres del todo sabía que la había perdido hace ya muchos años. No recordaba cuando fué la última vez que decidió por si misma, que dejo de hacer cosas que le agradaban a ella para complacer a los demás. Medía sus actos y sus palabras, dejo de ser ella para convertirse en alguién que, lejos de gustarse a ella, gustara a los demás.

Se ahogaba. Necesitaba respirar. Muchos días, se sentaba en aquel banco y, sin preguntarse porque estaba de espaldas al mar, de vez en cuando giraba su cabeza pensando como alcanzar esa isla; como volver a ser ella, a sentirse viva, sin la presión de tener que agradar siempre a los demás. Llego a la conclusión que o podía esperar un barco que la salvará, solución que descartó al instante, o lanzarse al mar y nadar.

Lo hizo. Una tarde cualquiera se lanzo al mar. Había estado presa tanto tiempo que no recordaba si sabía nadar pero no se lo penso más y se tiro al agua sin importarle el frío que hacía en Febrero. No pensó en las consecuencias, en lo difícil que sería volver a empezar en otro lugar. Sólo ansiaba alejarse de aquello y aquellos que impedían que fuera ella, una chica feliz y sencilla que lo único que deseaba era nadar desnuda en las azules aguas del  mar.

La isla de Santa Clara. Bahia de la Concha. Donosti

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