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La noche del miércoles el corazón de Malasaña guardaba celosamente una cita con el pop más exquisito. El estilo de Agnes Obel mezcla, sin mucho riesgo, los omnipresentes teclados de Yann Tiersen (y su revisionismo folk europeo) con unos jugueteos vocales que beben de lo más accesible de Björk y Hanne Hukkleberg. Una propuesta inicialmente atractiva, pero con riesgos de aburrir. En el escenario se veía un piano, un arpa, un chelo y una guitarra acústica. Instrumentos bonitos, sí. Instrumentos-nana, también.