LA PROVIDENCIA

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.

Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.

(Julio Cortázar)

Este pequeño cuento de Cortázar viene a incidir un poco en la famosa Ley de Murphy, que dice que todo lo que puede ir mal irá mal. Sin embargo le da una vuelta de tuerca cuando en la peor de las condiciones las gafas se caen y no pasa nada y en cambio cuando más precauciones se toman, esto no sirve y surge la tragedia. Y es que es algo que ocurre en la vida cotidiana muy a menudo. Puede llamarse la providencia o la mala o la buena suerte, sin más. Pero está claro que el destino no siempre es fácil cambiarlo. Ya lo dijo Shakespeare: “Hay una divinidad que forja nuestros fines, por mucho que queramos alterarlos.” ¿Será así?

Y como dice el texto, el milagro tiene siempre dos puntos de vista. Que se lo pregunten a Oscar Wilde a quien pertenece el pie de la escultura que lo representa en un parque de Dublín.

Besos.