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Me escuecen los recuerdos y me embriaga el olvido, ahí, donde habitan los sueños que nunca cumplimos.

Hoy el día huele a cenizas gastadas que el viento se llevó sin esperarlo. La brisa me sacude el cuerpo y un escalofrío me hace sentir viva. Mi corazón late sin sonido, pero late. Recuerda las tardes de amor que un día le hicieron bombardear fuerte el alma. Pum- Pum, Pum-Pum, Pum-Pum. Sonríe. Yo también lo hago. Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma, es cierto. Aun así, los recuerdos me acogen cada noche. Son brazos de hierro de los que no puedo soltarme. Me gritan al oído lo estúpida que fui, que soy. Me sacuden como a un muñeco viejo de esos que ya nadie quiere ni para jugar. De esos que pasaron al olvido de tanto usarlos. ¡Qué cosas! Esimpresionante como las personas nos acostumbramos a lo bonito de la vida y pasados los años, aquello que te hizo caminar, hoy te hace huir. ¿Sabes cómo me siento?  Como los huracanes que llegan pisando fuerte, pero que se van dejándolo todo destrozado, porque te cansaste de mí en cuanto supiste como era. Lo peor de todo esto es saber que sin embargo, mi cuerpo arde, está envuelto por todas y cada una de tus palabras. Palabras que hoy me recuerdan las mentiras que nunca me creí.  Los años que vivimos se han marchitado con el tiempo. El frío de tu corazón llegó a ti antes de que pudiera congelarme yo también. Y ahora, las rosas, vestidas de blanco, lucen su sinceridad a mil millones de kilómetros de distancia. Sinceridad estúpida que hace que me sienta aún peor de como me dejaste.             

Me vendí  con la verdad en la palma de la mano, me entregué a ti por completo; y eso es algo que tú nunca hiciste. Quizás por eso, ahora me cobras un precio tan alto.