Se entendían por no juzgarse, por no cuestionarse jamás uno a otro. Se comprendían, infinitamente, porque, fuera cual fuese la respuesta a un “¿Quién eres tú?”, la respuesta siempre fue “Te quiero como eres”. Se entendían porque no había palabras, porque el gesto dominaba, la caricia era el lazo supremo, una corriente invisible de cariño que fluía de uno a otro sin reservas. Se encontraban en la risa, en el llanto, en la rabieta y el enfado, en la reconciliación. Se conocían en el juego, en la broma amable, en la competición sana, en la carrera. Se querían porque no había cuerdas, caminaban lado a lado, compartiendo la senda, disfrutando el paisaje. Se miraban en la inocencia, en la ausencia del daño por el daño, en la absoluta bondad de la falta de crítica rancia. Se entendían por aceptarse, sin preguntas retorcidas, sin recelo, sin miedo, como se entienden las flores con la brisa, el ave con el vien

Amor mío, mi amor, amor hallado 
de pronto en la ostra de la muerte. 
Quiero comer contigo, estar, amar contigo, 
quiero tocarte, verte. 

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo 
los hilos de mi sangre acostumbrada, 
lo dice este dolor y mis zapatos 
y mi boca y mi almohada. 

Te quiero, amor, amor absurdamente, 
tontamente, perdido, iluminado, 
soñando rosas e inventando estrellas 
y diciéndote adiós yendo a tu lado

 Jaime Sabines 

Aprender que la esperanza es mentira si no hay cada día un esfuerzo por el nuevo mañana. 
Aprender a amar la vida cuando la vida duele.