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Pero fue en este año de 1.940 cuando yo cumplía los seis años y me tocó ir al cole. Fue a mediados de setiembre, pero no puedo el colegio de don Narciso como cabría esperar, sino al Colegio Nacional, situado precisamente enfrente del de don Narciso, eso sí, en una planta baja, vieja, desolada, húmeda y fría, por la que corrían la ratas, como Pedro por su casa, y a la que íbamos un número reducido de chavales, de todas las edades, a recibir las enseñanzas de don José Insignacs, hombrecillo amable, de pocas carnes y escasa voz, que era el Maestro Nacional para el pueblo de Carabanchel Bajo.
Recuerdo que iba para el colegio con mis hermanos, los tres niños solos, a la puerta de don Narciso, nos separabamos, ellos atravesaban el jardín y se metían por el portón para llegar a las escaleras, mientras yo continuaba calle abajo para entrar en el recinto vallado del recreo (la valla de un escaso metro de altura, caída en su mayor parte partía a ambos lados de una fuente de ladrillo con pilón de piedra) que atravesaba para llegar a la puerta de la escuela, y tras un zaguán en el que se habrían tres puertas, la de la izquierda correspondía al aula de las niñas, la del centro a un trastero donde se guardaban las escobas, los cubos y bayetas y un tantico de leña y de carbón separados en escasos montones, ida de la derecha que correspondía a la escuela de los niños, adonde yo me dirigía a recibir mis enseñanzas.
Recuerdo a este mi primera maestro con mucho cariño, siempre me llevaba hasta la puerta de mi casa cuando salíamos del colegio por la tarde. Y es que él vivía también en la calle Muñoz Grandes, en la esquina de lo que entonces se llamaba Carretera de Leganés y hoy se llama Avenida de Nuestra Sra. de Fátima, en una casita baja rodeada de un pequeño huerto en el que se veían varios frutales y un sembrado de verduras para el consumo de su familia. Recuerdo que alguna vez me dio alguna fruta de uno de sus árboles, cuando pase a hacerle una visita, mientras jugaba en la calle. Sólo estuve con él durante el curso 40-41, porque después me llevaron con mis hermanos al colegio deDon Narciso donde recibí las enseñanzas de este excelente maestro, y aún recuerdo hoy en día como si estuviera en aquellos mismos momentos. Enseñanzas que me hicieron superar los exámenes de bachillerato por enseñanza libre en el Instituto de San Isidro de Madrid, donde ante sesudos tribunales formados por seis catedráticos, un diminuto chiquillo debía demostrar los conocimientos correspondientes al programa contestando, oralmente, a las preguntas que le formulaban, uno a uno, todos y cada uno de ellos. Eso era ir por libre, enfrentarse a un tribunal que, sin tener en cuenta la edad del infante, preguntaba y preguntaba, a veces amenazadoramente. Así tuve yo que superar el Ingreso y los cuatro primeros cursos del bachiller. Tan bien lo debía de hacer, que mi padre, que siempre se hallaba entre el público asistente al examen, me invitaba al salir a comer un milhojas en la cafetería de San Millán, que estaba en la misma calle de Toledo, frente al instituto.
Pablo, preciosa la historia de tus primeros días de escolarización e infancia, deberias animarte a escribir un libro, yo lo compraría.
En eso estoy, José-Carlos, pero mi mente que está activa no puede trasladar a escrito nada más que en escasos momentos en los que el micro de mi ordenador solo puede recibir mi voz.