Estoy en tiempo de presentación de la segunda edición de mi libro MÍTICO SAYAGO. La primera, dando preferencia a los sayagueses y descendientes de sayagueses más lejanos, la celebramos enon linea través del Centro Zamorano de Buenos Aires para la República Argentina. La segunda, en Zamora, como es natural y, próximamente será en Valladolid y en Madrid. En Sayago, invitado por el Ayuntamiento de Fermoselle, estuvo presente en la II Muestra Hispano-Lusa celebrada el 16 de agosto de este año.

Tengo que confesar que estoy ampliamente satisfecho de la acogida y críticas que el libro ha suscitado. Con su publicación, ha sido mi intención saldar  lo mucho que debo a Sayago y a sus gentes, a mis raíces, por tanto como han contribuido a labrar mi personalidad y carácter, haciendo de mi lo que soy como persona. Si todo libro es un acto de amor, el mío es una efusión de alguien locamente enamorado. Un hecho que no ha pasado desapercibido para Juan Antonio Panero, que sobre ello ha escrito: “Este sayagués de pro, sayaguesista por antonomasia, surgido de esta tierra a la que ama profundamente, dialogante, ingenioso y cordial, observador insaciable de las cosas y de las gentes a las que despabila sus memorias en busca de la fuente oral de sus historias, describe como nadie las bondades y bellezas de Sayago, que en ambas cosas abunda.”

Pero, para mi Sayago es mucho más que un territorio de esplendente belleza, interés etnográfico y peculiares características de ruralidad, que le conceden el valor por el que se ha conceptuado recientemente, y con mucha razón, como “un museo al aire libre”. Es una cultura, un sentir, una manera de ver y vivir la vida… Un legado a retener, una valiosa hijuela que estamos obligados a conservar.

Pues como ha quedado resaltado por Herminio Ramos, comentando el libro: “El museo de nuestras costumbres y enseres antiguos es preciso, dice, incorporarlos a nuestra cultura, pue si no sabemos conservar el pasado, difícilmente podremos forjar nuestro futuro. Una riqueza que trata de enseñarnos a valorar y rescatar.”

Hacer comprender esto a los sayagueses y zamoranos, y por añadidura al mundo entero, es el mensaje que proclamo a lo largo de las páginas de MÍTICO SAYAGO. De ahí, mi interés y constancia porque se lea aquí y en el conjunto de las naciones del universo mundo. ¡Ojalá pudiera ser así!

Como en esas manos, en parte ninguna.

Manos campesinas, manos esculpidas por el trabajo y los trajines desde la infancia, manos curtidas tras muchos lustros de fatiga, manos nonagenarias que yo beso con veneración…

Son manos que me han acariciado y se remozan para apretar cuando me abrazan… Son las últimas manos que llevan en sus venas sangre de mi familia paterna. Son las manos de mi muy querida y admirada Ángeles Fuentes Aparicio.

Benditas manos las de esta heroica hembra sayaguesa, la hija del tío Manuel Fuentes “Confitero” y de María Aparicio “la Palla” que, desde niña uncida al yugo de las faenas del campo, con más fuerza y tesón que muchos mozos, ayudaba a su padre, físicamente un alfeñique.  

Después, casada con Santiago Tejedor, crearon una ganadería con muchos sudores y fatigas, dedicados día y noche a su cuidado, ajenos a ningún esparcimiento ni diversión. Las secuelas de un desgraciado atropello automovilístico a la puerta de su casa, le arrebataron  prematuramente a su marido y tuvo que apencar con la responsabilidad de tomar las riendas de la explotación.

 Y aún hoy no deja de trabajar un solo día del año, ayudando a su hijo con la vacada.

Es dura como el granito sayagués, pero tiene por dentro un meollo de ternura y delicadeza que derrama amorosamente en su trato con familiares y amigos.

Mi libro, en sus manos, es una alegoría que ejemplifica a la perfección el sentido que quise darle cuando lo escribía. Por eso, esas manos son el perfecto el trono que honora mi obra profusamente.

Gracias por ser como eres. Todo mi cariño por siempre.