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Buscadores de belleza (reseña en verso)
Hay mujeres y hombres que hacen de sus vidas
una continua indagación de la belleza.
En todo ven esa entraña de maravilla
que perfecciona el alma.
Nada queda fuera de esa constante búsqueda
de armonía.
El gusto pule sus aristas y toma conciencia de la hermosura.
Se anudan los versos a la música y la luz a la materia.
Un cuadro, una partitura, una porcelana,
un libro o una escultura son la memoria
-o la filigrana-
de Dios en el tiempo. Y del hombre
en su dimensión infinita.
Arte en donde contemplamos, o escuchamos, un escalofrío
de inspirados colores o del suspiro de la música.
Algunos hombres y mujeres coleccionaron belleza
para creer que era todavía posible la felicidad. Esa idea
que nos consume poco a poco la esperanza.
Otros invirtieron su patrimonio calculando la plusvalía
interior de sus emociones.
Hubo quien buscaba por momentos el olvido
mientras se regodeaba en la mirada de aquella mujer de Gauguin,
o buscaba el sosiego
a una trepidante excitación por el vacío
de los negocios.
O no querían otra cosa que La alegría de vivir
de Henri Matisse (Albert C. Barnes o Gertrude Stein),
o acariciar su propia y fría soledad
en alguna delgada figura de Giacometti.
Todos tenían una pasión verdadera
por la belleza Berenson, Cambó, Frick, los Rothschild,
Wallace, Peggy Guggenheim o Thyssen, Lázaro Galdiano
-, una necesidad
de hacer partícipes a los demás de su privilegio,
y de comprender los misterios del mundo
desde sus mansiones de Nueva York, Madrid y París, o con vistas
al Gran Canal de Venecia que pintó Canaletto.
Más o menos como usted y como yo
(que no pecamos de mal gusto),
pero con algo más de fortuna.
NOTA: Reseña en verso del libro Buscadores de belleza, de Mª Dolores Jiménez-Blanco y Cindy Mack, publicado por la editorial Ariel.
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