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Hace 40 años, en una mañana como la de hoy, los tanques amenazaban con sus cañones y metralletas los ministerios y el refugio del presidente del Gobierno portugués. Una ráfaga de aviso contra la fachada del cuartel de O Carmo, y el respaldo espontáneo de miles de lisboetas al golpe de Estado que 250 capitanes habían iniciado de madrugada por todo el país tras escuchar la señal radiofónica en clave del Grândola vila morena de José Afonso, fue suficiente para acabar con 48 años de dictadura y represión en Portugal.
Donde aquel día los tanques rebeldes ganaron su primera batalla psicológica, en la plaza de O Comercio de Lisboa mandados por el capitán Salgueiro Maia -el icono de la Revolución de los Claveles-, personas desplazadas desde toda la República volvieron a agitar ayer con fuerza, y hasta rabia, las flores rojas que para siempre en Portugal serán sinónimo de libertad.
La conmemoración del 40.º aniversario de la Revolución de los Claveles más que por ser una fecha redonda ha cobrado una de las mayores significaciones y adhesiones desde que se llevara a cabo el golpe por el ahogamiento que vuelve a sentir la mayoría de la población. Tras tres lustros de crisis y tres años de recortes inimaginables para aquellos soldados que forzaron un cambio en un país resignado y al que solo le quedaba emigrar, hoy vuelve a ocurrir lo mismo.