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En el puerto de Fisterra, la mirada busca el ancla del Casón, que se exhibe cual escultura en recuerdo de aquel carguero naufragado en 1987.
En la lonja continúa, como siempre, la tradición de las pujas orales; se comprueba a partir de las 16.30. Dejamos atrás la estampa de las nasas de profundidad (grandes redes circulares), así como la manera en que atracan los barcos pesqueros, uno detrás de otro, para evitar encontronazos.
Las olas besaban las rocas sobre las que se asienta el restaurante Alara. Lo que tiene de exiguo el castillo de San Carlos, lo tiene de ameno el Museo da Pesca que cobija.
Otros lugares suscitan el asombro, como el bar A Galería, friso de piedras, discos, fotografías y objetos abigarrados, además de la panorámica y la bibliotaberna. Lo regenta Roberto Traba, cruce de poeta y buhonero, quien los fines de semana, a las once de la noche, se reviste con un atavío de meigo (brujo) y pronuncia el simpático conjuro de la queimada.