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Aunque llovió a ratos, fue un día de playa. No nació borrasca que encierre a los coruñeses en su noche de San Juan y aunque el agua molestó durante los preparativos de las hogueras, churrascadas y demás parrandas, a la hora de prender el fuego, la ciudad dejó de mirar al cielo y se centró en el vino, la sardina o el criollo.
Hasta las siete menos cuarto de la tarde, el San Juan se presentaba que ni pintado. Porque durante la mañana lució el sol y el día se dejaba querer en las primeras horas de la tarde. Hasta que empezó a llover a las 18.45 y un manto de agua empapó el trabajo del día. Justo a esa hora en la que las hogueras toman cuerpo y los sanjuaneros preparan las brasas. Pero dio todo igual. Aunque pasados por agua, alrededor de 150.000 personas abarrotaron las playas de la ciudad.
La fiesta salió rodada, con puntualidad británica, desde los farolillos que se lanzaron desde el Matadero a los fuegos artificiales desde las Esclavas. Y las carrozas de la cabalgata que llevaba a las meigas y sus damas de honor volvieron a prender la mecha de la falla. Se encendió cuando pasaban minutos de la medianoche. La fiesta no había hecho otra cosa que comenzar.