Las amigas pasean en paz agarradas del brazo por la calle de la Paz compartiendo confidencias en un escenario de fachadas de piedra, balcones sin más vista que el balcón de la vecina y calles mojadas, empedrados moldeados por la lluvia caída en siglos de historia de ciudad vieja, provinciana, de comercio familiar y fiado contabilizado en pérdidas, que ya todos sabemos lo mal que lo están pasando los Sánchez, pena, con lo que ellos llegaron a ser, pero la cosa se veía venir con ese hijo que no da palo al agua salvo para perder la tarde con los amigotes de bar en bar, calle de los vinos de arriba abajo y vuelta a empezar. Pobres, es una desgracia. Pasean las amigas, digo, sobre las mismas huellas de una Charo López o Amparo Rivelles caminando para actuar en el Principal, o sobre los pasos de aquel que compra un reloj en “El Cronómetro” para regalar a su prometida y después invierte la vuelta en el Orellas, inversión a corto plazo de una picada regada con blanco de la casa. Es temprano aún para el Bohemio, cafetería de solteronas soñando con novios que regalen relojes de prometida. Las amigas, absortas en su diálogo, se han olvidado de la pareja de padres y de la pareja de niños, comprensible en el primero de los casos e imperdonable esto último, llegan a la altura del Latino y dejan atrás la calle de la Paz, ya se basta ella sola para seguir ejerciendo de escenario, de testigo de la intrahistorias, que hasta hay quien afirma haber visto a Unamuno consumir en el Pepinillo.
10/04/2016
Preciosa imagen y una bella descripción.
Un saludo.
