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Odio los casos con animales porque siempre me encuentro con la misma dificultad: los interrogatorios se saldan con una retahíla de monosílabos estúpidos sin interés alguno
- Dígame, ¿cuándo fue la última vez que estuvo con la desaparecida, su hermana?
- Miau
- Ya, entiendo, ¿notó algo extraño en su comportamiento, algo que hiciera sospechar este desenlace?
- Miau
Y en este plan. Estaba claro que todos aquellos que formaban parte de su círculo más cercano se habían confabulado para confundirme. “Miau” era la respuesta que se repetía sin cesar, probablemente una contraseña, una clave secreta, pero lo más irritante era esa manía de darse lengüetazos en las patas y en la espalda mientras yo trataba de sonsacarles cualquier rastro que me pudiera conducir a ella: una gata de pelo marrón y ojos penetrantes que en la madrugada del lunes decidió huir de casa lanzándose desde el balcón, alguien acudió en su auxilio y nada más volvió a saberse. ¿Ese “alguien” la tenía secuestrada, quizás fuera un cómplice en la fuga?. Eran demasiados interrogantes y tanto “miau” empezaba a sacarme de mis casillas. Me lancé a la calle a la búsqueda de pruebas, armado con mi lupa y un montón de paciencia.
13/07/2016