Nadie en su sano juicio podía prever que llegaríamos a esta situación. Nadie hizo nada para impedirlo. Nadie. La regla matemática volvió a cumplirse, dolorosamente perfecta, inmisericorde. Es aquella que dice que todos salimos derrotados cuando todos y cada uno de nosotros actuamos con la vista clavada en el ombligo y movidos por nuestro egoísmo. La suma final de nuestras ambiciones de seres mezquinos da como resultado la hecatombe. Todos perdemos queriendo ganar cada uno su propia batalla. ¿Es suficiente o necesitas más explicaciones?. Fácil de entender y nunca falla. No lo hizo en la Alemania de Hitler, en todas y cada una de las guerras civiles y ha vuelto a suceder. Theresa May ha guiado a los británicos por la senda de la misma estupidez contra la que combatió Churchill. Nadie quería oír ni una sola palabra sobre sangre, sudor y lágrimas cuando era más agradable pensar que la culpa viene de fuera, que los atajos son privilegio de los listos, no de los inteligentes. En Francia ganó Le Pen tras el fiasco Macron. La demagogia puede ejercerse desde el sofá, cómodamente, con cuatro tópicos y bastante de amnesia. Los franceses enterraron la Ilustración, por cansina. El camino estaba abierto para la Turquía de Erdogan, la Holanda de Geert Wilders o el Amanecer Dorado griego. Y siempre el mismo patrón: la sospecha de sabotaje en las elecciones desde la Rusia de Putin. Tan evidente que nadie quiso verlo. Las fórmulas milagrosas no consiguen alcanzar los resultados prometidos, las masas quieren tocar el cielo, amenazan con revertir la situación, revolverse, morder la mano de su amo y el líder de turno eleva el tono de su discurso a base de más y más victimismo, predicciones agoreras y, finalmente, amenazas que acaba cumpliendo.
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Hoy es 9 de mayo del 2020. La calma parece dar paso a la sinrazón en Austerlitz. La guerra ha comenzado. Consuela pensar que, al menos, esta será la última.
29/04/2017
