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Los renos bailan robóticamente cada media hora al ritmo de Boney M en la planta baja del centro comercial, siempre puntuales en sesiones de hora punta y a las y media. Tras un breve diálogo construido sobre cuatro tópicos navideños, conversación sin cruzarse la mirada entre ellos, mirada perdida y al frente, menean la cadera y cantan en playback aquello de “feliz Navidad, próspero año y felicidad”. Acabada la función, el interruptor se pone en posición “OFF” y el público se dispersa buscando la última ganga. James Stewart tropieza con nosotros. Busca desesperadamente los ocho mil dólares que el tío Billy ha extraviado. “¡Qué bello es vivir!”, pienso.
08/12/2016