miarroba
El fotolog de elgauchobesuqueiro
DE ÁRBOL A ÁRBOL   BENEDETTI

DE ÁRBOL A ÁRBOL
a ambrosio y silvia
Los árboles
¿serán acaso solidarios?
¿digamos el castaño de los campos elíseos
con el quebrancho de entre ríos
o los olivos de jaén
con los sauces de tacuarembó?
¿le avisará la encina de westfalia
al flaco alerce de tirol
que administre mejor su trementina?
y el caucho de pará
o el baobab en las márgenes del cuanza
¿provocarán al fin la verde angustia
de aquel ciprés de la mission dolores
que cabeceaba en frisco
california?
¿se sentirá el ombú en su pampa de rocío
casi un hermano de la ceiba antillana?
los de este parque o aquella floresta
¿se dirán de copa a copa que el muérdago
otrora tan sagrado entre los galos
ahora es apenas un parásito
con chupadores corticales?
¿sabrán los cedros del líbano
y los caobos de corinto
que sus voraces enemigos
no son la palma de camagüey
ni el eucalipto de tasmania
sino el hacha tenaz del leñador
la sierra de las grandes madereras
el rayo como látigo en la noche?

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antonio59 ï¿½ El 17/08/2010 a las 12:08

Hola buenas tardes..!! Esla primera vez que te visita y me gusta tu log.te deseo que tenga un feliz dia, saludos

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ilovetoolove ï¿½ El 17/08/2010 a las 16:15

Holaa !Que tal?Pasa un feliz martes como todos los demas.

He cambiado el nombre del nick pero sigo siendo la misma elena que

conoces.Of course!Espero verte muy pronto,y que te guste la novedad.

Muchos besos tq!Bonita actualizacion..

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Olivia07 ï¿½ El 18/08/2010 a las 01:06

EL BARRIO

Volver al barrio siempre es una huida
casi como enfrentarse a dos espejos
uno que ve de cerca / otro de lejos
en la torpe memoria repetida

la infancia / la que fue / sigue perdida
no eran así los patios / son reflejos /
esos niños que juegan ya son viejos
y van con más cautela por la vida

el barrio tiene encanto y lluvia mansa
rieles para un tranvía que descansa
y no irrumpe en la noche ni madruga

si uno busca trocitos de pasado
tal vez se halle a sí mismo ensimismado /
volver al barrio siempre es una fuga

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Olivia07 ï¿½ El 18/08/2010 a las 01:08

tambièn soy fan de el maestro,
no somos vecinos, ya que vivo muy cerca del parque Lecoq y de Santiago Vazquez,
asi que sos del Prado?
precioso barrio!
te dejo un beso inmenso, que tengas una feliz semana,
oli

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I_BeLiEvE ï¿½ El 18/08/2010 a las 07:09

me encantan los poemas de Benedetti *0*
y este no es una escepción jajajajaja

bueno, no nos conocemos de nada, pero sólo quería que supieras que me encantó el poema *0*

byeee

Mañana con la fresca

Cuando comenzó la doma, Odilio y su pingo parecían una ola de mar en tierra seca. Eliberia los miraba y sufría. Ya el hijo brincaba en sus entrañas.

-Quedáte quieto vos. Al menos vo no me des la contra.

El Odilio no era hombre de perder, pero ese pingo se las traía como los toros que salen al ruedo en las plazas de Madrid. Porque no sólo tiene rodeos España, que nosotros también y de los buenos.
-Vas a ver Eliberia. Hoy me gano la tenida del chango en la domada.
Pero ahora estaba allá arriba, en medio del arco en que el tostado transformaba el lomo. El, su fuerza y su destreza.
Para eso si, pero para hacerme el gusto de vivir solos en las casas, para eso no tenés garra.
-Mañana Eliberia, mañana se lo digo.

No te creo, ¿sabés? A vos lo único que te importa es el viejo, y él se hace el distraído.

-Es mi tata, al fin, no.

-Y yo qué, a ver, decime.

A la mañana siguiente, Eliberia cumple con el rito del mate como todos los días: primero a Odilio, después a don Ruperto. Odilio, en tanto, sale sin premura del cuarto con olor a nido. En eso escucha decir a su mujer:

-El tata no está en el cuarto ni en la galería; tampoco en el gallinero lo pude encontrar.

No fue larga la búsqueda. Sentado en su silla baja, debajo del paraíso grande, junto a la puerta misma del galpón de los carruajes, estaba don Ruperto. Ahí nomás, él, y la maleta amarronada del año de su casamiento.

-Qué hace tata.

-Ya lo ve: estoy listo. Vio que no era tan difícil la cosa. A todo hay que darle tiempo para que caiga maduro. Apriéndaselo bien, m’hijo. Y ahora vamos. Ah, Eliberia, eso si, se lo pido, cuando llegue el chango, no deje de llevarlo pa’que lo conozca. Dicen que allá, donde la vida es un resto, todos tienen fotos de los nietos y de los hijos. Un poco con las fotos y otro poco con los recuerdos, de seguro que todo me será más fácil.

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AmigaLAPUCHEROS ï¿½ El 16/08/2010 a las 15:11

con los equinos tengo muy buena mano,montar se me da de maravilla.

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Olivia07 ï¿½ El 17/08/2010 a las 03:33

YA VEO QUE ESTE GAUCHO SE ME PERDIÒ EN LA CIUDAD!
EL CUENTO MUY CAMPERO, CORTO Y CON FINAL TRAGICO,
PORQUE ECHAR AL TATA PARA ESTAR SOLOS EN LA CASA.......
ESTAN LINDOS TUS CUENTOS!
UN BESO GRANDE, FELIZ SEMANA.
TU AMIGA DE ZONA RURAL OESTE DE MONTEVIDEO
OLI

Mañana con la fresca

Cuando comenzó la doma, Odilio y su pingo parecían una ola de mar en tierra seca. Eliberia los miraba y sufría. Ya el hijo brincaba en sus entrañas.
-Quedáte quieto vos. Al menos vo no me des la contra.
El Odilio no era hombre de perder, pero ese pingo se las traía como los toros que salen al ruedo en las plazas de Madrid. Porque no sólo tiene rodeos España, que nosotros también y de los buenos.
-Vas a ver Eliberia. Hoy me gano la tenida del chango en la domada.
Pero ahora estaba allá arriba, en medio del arco en que el tostado transformaba el lomo. El, su fuerza y su destreza.
Para eso si, pero para hacerme el gusto de vivir solos en las casas, para eso no tenés garra.
-Mañana Eliberia, mañana se lo digo.
En la casa, debajo de la galería en forma de u, sentado en la silla baja de siempre, está don Ruperto. Mira lejos, hacia más allá del modesto molino ubicado al costado del campo.
Odilio se acerca a éste. don Ruperto, le dice:
-Olvidó cerrar el molino, mi hijo.
-Para qué se aflige si eso ya no es cosa suya.
-Decía nomás.
-Escuche tata, yo quisiera hablar largo con usted...
-Ya sé que el girasol está crecido y el precio que le han fijado es de los buenos, según dicen.
-No; es otra la cosa que quiero decirle...
-Me dijo el Eustaquio que no hay compradores.
-Déjeme hablar, tata. Es de la Eliberia que quiero hablarle. Ella va a tener un chango cuando llegue el verano, y entonces...
-Más trabajo pa’usté, m’hijo, ya lo sé.
-Pero -La pucha que es bravo decirlo- Claro que voy a tener más trabajo, pero piense que el chico por ay llora y usté...
El sol calienta la sienta.
-Por hoy no hablemos más, m’hijo. Sólo por hoy le pido. Mañana con la fresca será más fácil.
Una bandada de partos cruzó no tan alto por el cielo.
-Es que Eliberia...
-Las mujeres de siempre apuran Odilio, pero pa’eso está uno, ¿sabe?, mañana la seguimo; hágame caso, por favor, m’hijo, mañana con la fresca, sabe.
Como de plomo fue cayendo la noche.



-

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Olivia07 ï¿½ El 01/08/2010 a las 23:47

un muy bonito cuento y muy nuestro, campero.
un beso , feliz lunes.

GLORIOSA CELESTE

EN UN PAIS POBRE COMO DISEN LOS ECONOMISTAS UN PAIS DEL TERSER MUNDO CON ÑIÑOS POBRES Y MILES DE CARENCIAS TODAVIA SIGEN SALIENDO CAMPEONES NO SERAN LOS QUE SE TRAIGAN LA COPA DEL MUNDO PERO SE TRAJERON EL RESPETO Y EL CARIÑO DE MAS DE 3 MILLONES DE PERSONAS NO ES POCA COSA!!!!!!!!


gloriosa celeste
nacio del barrio del picado callejero
de los baldios, del campito del potrero
de los recreos en la escuela con pelota de papel

gloriosa celeste
el cielo claro es tu bandera majestuosa
es infinita, la bandera mas grandiosa
la q siempre esta presnete juegue o no juege URUGUAY

con la celeste luciendo en el pecho,
siempre se juega a ser campeón,
cuando juega la gloriosa celeste
la camiseta la transpira el corazón
un solo grito VAMO URUGUAY
se hace de todos sin distinsiones
las emociones unidas se agigantan
y el URUGUAY ya no cabe en la garganta

gloriosa celeste
es la ilusion de un pueblo cada vez q juega
es rebeldía y pasión cuando se entrega
algo mas q el simple hecho de ganar o de perder

gloriosa celeste
la historia brinda con la copa de la vida
por la victoria del pasado q estan vivas
las q motivan al presente la celeste corazon

con la celeste luciendo en el pecho,
siempre se juega a ser campeón,
cuando juega la gloriosa celeste
la camiseta la transpira el corazón
un solo grito VAMO URUGUAY
se hace de todos sin distinsiones
las emociones unidas se agigantan
y el URUGUAY ya no cabe en la garganta

con la celeste luciendo en el pecho,
siempre se juega a ser campeón,
cuando juega la gloriosa celeste
la camiseta la transpira el corazón
un solo grito VAMO URUGUAY
se hace de todos sin distinsiones
las emociones unidas se agigantan
y el URUGUAY ya no cabe en la garganta

con la celeste luciendo en el pecho,
siempre se juega a ser campeón,
cuando juega la gloriosa celeste
la camiseta la transpira el corazón
un solo grito VAMO URUGUAY
se hace de todos sin distinsiones
URUGUAY

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Olivia07 ï¿½ El 30/07/2010 a las 21:49

HOLA!
Con esta actualizaciòn y Gardel ya bien nos podemos jubilar!
que dia pasamos! que emocion!
si sentiste que iba un platillo volador en el cielo siguiendo la caravana, parece que era un papel o un nylon, igual fue emocionante.
vienen nuevos vientos para el Uruguay!!
un beso grande, te vuelvo a agregar que estaba sin favoritos,
feliz fin de semana, y espero que actualizes que no tengo casi contactos paisanos , creo que soy la unica que mantengo la bandera en alto aqui!

EL ZORZAL !!!!!!

En Valle Edén, a escasos 21 kilómetros de Tacuarembó, se encuentra el Museo Carlos Gardel, donde se testimonia el nacimiento del famosísimo cantante de tangos un 11 de diciembre de 1887 en este pequeño terruño uruguayo.
Mucha es la controversia sobre el origen de Carlos Gardel. En el interior de este recinto se narra una historia tan despiadada que parece inverosímil. Sin embargo, devela el nacimiento del “zorzal criollo” - como era conocido el cantante – y el porqué de tanto ocultamiento y confusión.
Según distintas investigaciones periodísticas, todo indica que Carlos Gardel nació en Tacuarembó en la estancia Santa Blanca, propiedad de quien habría sido su padre, el coronel Carlos Escayola, que era el jefe político y de policía del Dto. de Tacuarembó. Las versiones sobre la negación de Escayola a reconocerlo como hijo sorprenden a todos los investigadores. Al parecer, el coronel tenía un amor oculto con la Sra. Juana Sghirla – ciudadana argentina y esposa del cónsul italiano Juan Oliva. Escayola, para estar cerca de su amor, se casó con las 3 hijas de Oliva –Sghirla y enviudó de todos sus matrimonios.
Según cuenta la investigación, el coronel mientras estaba casado con su segunda esposa mantuvo relaciones adúlteras con su cuñada menor de edad (tercer hija de Juana Sghirla), llamada María Lelia. El prestigio social y político de todos los personajes que componen esta historia hizo que el hecho se ocultara celosamente, ya sea por respeto o por temor a la figura del coronel Escayola.
Siendo menor de edad, María Lelia fue llevada a la estancia Santa Blanca, donde dio a luz a un varón. El niño fue entregado a una criada de la estancia de origen francés llamada Berta Gardes, quien le otorgó el apellido a “Carlos” y luego de unos años emigró a la Argentina.
Las infidencias del personal de la estancia y la ausencia en la escena social de María Lelia fueron tejiendo esta abrumadora historia llena de vergüenza y de secretos familiares

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Última foto del fotolog de monikah
monikah ï¿½ El 24/06/2010 a las 14:51

Hola un saludo

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corremundos ï¿½ El 26/06/2010 a las 09:18

¡Hola Gaucho!

Me alegra volver a visitarte. Hacçia tiempo que no pasaba por aquí.

No conocía el origen de Carlos Gardel. Desde luego es digno de un serial de televisión.

Buen fin de semana. Saludos

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nycolandia ï¿½ El 08/07/2010 a las 23:42

Hola amigoo yorugua!!
que tal como andas?
re linda la bandera de tu pais!
me gusta mucho, tengo muy buenos amigos ahí,
un beso grande!!

Un regalo de Satanás

El labrador se detuvo en medio del campo, para descansar junto a su yegua “Mala Cara” debajo de la sombra de unos sauces al costado del arroyo. El sol parecía querer prenderle fuego hasta a los cascotes de tierra que se quebraban como tizas cuando el disco del arado los separaba del suelo. El graznido provocador de los teros, siempre le avisaban del lugar del nido, al que esquivaba, pues la pachamama no perdona si no se respeta a sus hijos.
¿Sudor?, ¡que va!, ni sudor quedaba en ese cuerpo flaco y seco, aunque contaba solamente treinta y siete primaveras y otros tantos inviernos; y de los dientes ni hablar, que fueron su dolor por años por no haber dentistas, hospital o valor para ir al pueblo a curar esa boca llena de nadas o a la mitad de algo, teñidos con el ocre y negro del tabaco barato y del papel de fumar.
De pronto, una nube de polvo se levantó haciendo un remolino a lo lejos, en el camino. - ¡Satanás, diablos y demonios! – dijo para si y oteó lo más lejos que pudo, aguzando el olfato por si se sentía olor a azufre, temiendo que fuera la luz mala. A lo lejos y bien pequeña, se veía a una persona caminando hacia él; era una mujer que mientras caminaba se iba desnudando; cuando estuvo casi a su frente, se dio cuenta de la belleza que portaba, su cuerpo armónico y sensual, que pese a lo insólito de la situación, igual lo dejó excitado y deslumbrado.
Ella tenía una manzana roja y brillante en una de sus manos y con la otra comenzó a acariciarse los pechos. Con los ojos lo invitaba a hacer el amor y sus labios brillantes le incitaban a besarla, a poseerla y recostándose sobre la hierba fresca, bien al borde del agua y abriendo sus piernas le mostró el camino del placer acomodándose de espaldas, esperándolo para ser penetrada. Su corazón estaba a punto de estallar, la tentación era tremenda y sacando fuerzas desde lo más íntimo de sus fibras religiosas le dijo en voz alta: - ¡andáte de acá Satanás! - mientras le mostraba un crucifijo hecho en Palo Santo y que siempre llevaba al cuello colgando de una trenza hecha de crines.
La mujer transformó su mirada dócil y comenzó a vociferar palabras en un idioma para él desconocido mientras regresaba al mismo punto desde donde la había visto venir.
Rezando en voz alta, con el crucifijo en la mano y con mucho miedo, la siguió desde una distancia prudente y al cruzar la alambrada, pudo ver que la mujer se subía a un Lamborghini rojo y que con la mano izquierda le hacía señas a puño cerrado y el dedo del medio en alto mientras le gritaba: - ¡putou! putou!


Raúl Lelli

Argentino

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Última foto del fotolog de I_BeLiEvE
I_BeLiEvE ï¿½ El 12/06/2010 a las 11:23

holaaaaaaaa
vi que te pasaste por mi fotolog....
"bonita historia"
jijiji
espero que estés bien ^^

NO ESPEREMOS QUE SEA DEMASIADO TARDE ABLEMOS CON NUESTROS HIJOS .

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Última foto del fotolog de patremita
patremita ï¿½ El 28/05/2010 a las 08:25

hola gaucho m encnata cada cosa q pones al iguasl q en otros sitios q ya he vistado muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk patri

Foto de nycolandia
nycolandia ï¿½ El 06/06/2010 a las 20:34

Hola amigo yorugua!
como andas??
espero qe muy bien,
muy interesante el video!!
bueno, ya me despido
un besito grande!


Nicole.

Tirano
Si supieras lo que generas
ay si supieras cuantas vidas quemas
Es que quiero creer que no eres consciente
porque nunca verías a un hijo morirse de un tiro en la frente.
¿Qué se siente al no sentir dolor
y pensar que sos mi salvador?
Es que quiero creer que no sos consiente
Vos podrás manejar los bolsillos pero no las mentes.
De rodillas ante vos el mundo entero,
entre lágrimas y sangre por el suelo,
esperando que algo caiga desde el cielo,
indefenso sin salida y sin consuelo
Que fácil es morir en una plaza,
que simple es disparar desde tu casa
Tirano,no hay espada en el mundo que sea
capaz de cortarte las manos.
Tirano,tirano, mil plegarias en vano
no sirven para que te mueras temprano.
Tirano.
Tirano,no hay espada en el mundo que sea
capaz de cortarte las manos.
Tirano,tirano, mil plegarias en vano
no sirven para que te mueras temprano.
Tirano.
De rodillas ante vos el mundo entero,
(Tirano,no hay espada en el mundo que sea)
entre lágrimas y sangre por el suelo,
(capaz de cortarte las manos.)
esperando que algo caiga desde el cielo,
(Tirano, tirano, mil plegarias en vano)
indefenso sin salida y sin consuelo.
(no sirven para que te mueras temprano Tirano)

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esculturaencemento ï¿½ El 27/05/2010 a las 18:04

HOLA GAUCHO TANTO TIEMPO,ESTOY OCUPADA ,PERO NUNCA ME OLVIDO DE LOS AMIGOS UN SALUDO PARA VOS Y TU FAMILIA.SUSANA RUST

LETRA ' VUELAN PALOS '

LA VELA PUERCA
Hay un acto de violencia
En la fría madrugada
Que no escapa en la conciencia
Del que pega sin razón
Vuelan palos por el cielo
Y en el suelo buena gente
Que aterrada por el miedo
Va perdiendo el corazón.

Otra vez la misma historia
Y en las páginas de un diario
Aparecen muy contentos
Los que no dejaron ser
Con la pena en la cabeza
Y con algunos huesos rotos
Caminando despacito
Hoy no encaro amanecer

Hay palos que te revientan la boca
Hay palos que siempre dicen que no
Hay palos que si te buscan te embocan
Y en esta vida no piden perdón.

Fuente: musica.com

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El pecado original

Ya iban a darle garrote, cuando extendió una mano hacia el público, indicando que quería hablar. El verdugo no tuvo inconveniente en suspender por un momento su penosa tarea, porque aquel pobre señor no le había dado nada que hacer, y le era simpático, como al pueblo entero que presenciaba la ejecución, y como lo había sido al Tribunal y a cuantos habían intervenido en la causa famosa que le llebaban al suplicio.

Era un ilustre sabio naturista, que había descubierto infinidad de cosas útiles para la humanidad y para la ciencia, sin meterse jamás en hondaduras metafísicas sobre lo que era o no era la materia, o en si había alma o dejaba de haberla. Había matado a su mujer y a la nodriza de su unigénito en un momento de alucinación. Los médicos se habían empeñado en demostrar que había obrado como un loco, por un impulso irresistible. Pero don Atanasio, el sabio, se puso furioso con esta interpretación y publicó un manifiesto, desde la cárcel, poniendo de vuelta y media a los doctores y a la escuela antropológica italiana y a cuantos fisiólogos se meten en honduras de derecho y a tergiversarlo todo. <<No, señor; venía a decir el manifiesto: he dado muerte a mi cara mitad y al ama de cría en el pleno uso de mis facultades, con toda libertad, o por lo que tal entendemos vulgarmente, con que se pueden hacer estas cosas. Me estaban distrayendo con una disputa acerca de unos pañales que había robado o no la lavandera; yo tenía en la mano un frasco de una materia, invención mía, capaz de prender fuego a medio mundo; se me había olvidado cierta fórmula con la cual yo convertía aquella mezcla terrible en un elixir que aseguraba a la humanidad una salud de miles de años; y cuando ya volvía la fórmula a la punta de la lengua, al recuerdo, la disputa de los pañales me llevó el santo al cielo, huyó la fórmula... y arrojé el frasco sobre las hembras viles que así robaban a la humanidad la dicha asegurada. No hubo más que eso: no soy un criminal nato, ni estoy loco, ni me coge alguna eximente ni atenuante; y en cambio deben de cogerme por el medio de varias agravantes. Con que al palo. Pero que no me den matraca con juicios orales y pamplinas. Tengo más que hacer que defenderme. Voy a pasar los pocos días que me dejen de vida discurriendo, a ver si vuelvo a dar con la fórmula que asegura tantos años de existencia al ser humano.>> Y dicho y hecho. Don Atanasio no volvió a pensar en otra cosa. Ni se acordaba de haber asistido al juicio, ni de haber oído la sentencia, ni de haber estado en capilla

Cuando le sentaron y sintió en la garganta el frío corbatín de hierro, se estremeció... y en vez de ver las estrellas, vió en el aire, de repente, con los ojos de la imaginación... una fórmula; pero otra, mucho mejor, ¡Qué fórmula!



-- ¡Ya la encontré! ¡Albricias, señores!-- gritó adelantándose hacia el público por el tablado adelante--. Que no me maten de ninguna manera; sería una atrocidad: es decir, por ahora. Que me dejen ensayar mi descubrimiento, y después que hagan de mí lo que quieran.

-- Pero ¿Qué ha descubierto usted? -- preguntó el verdugo, que empezaba a temer que aquello fuese una treta. --¡ Pues nada hijo, he descubierto la inmortalidad del hombre! Pero no la inmortalidad del alma, no; la del cuerpo y alma juntos; vamos que he encontrado lo que perdió Adán.¡Claro! la otra fórmula... era floja, insuficiente; me faltaba... lo del pentóxido de fósforo, y no había pensado en la forma cristalina de la betaméthylnaftalina, y en cambio había metido al ácido amidosulfónico donde no toca pito. ¡ Pero, señor, cómo me había yo olvidado de las propiedades cristalográficas de los dos estereoisomeros ácidos-dicloro-sigma-methyl-dimethylsuccínico! ¡ Ve usted qué cabeza la mia ... señor... justicia mayor!

El verdugo se dijo: << Vaya, se ha vuelto loco de miedo.>> Y no sabía qué hacer, si matarlo o dejarlo. Pero intervino el público, la fuerza, la autoridad, y de explicación en explicación se llegó a telegrafiar al gobierno, consultando lo que se hacía con aquel hombre que juraba haber descubierto la inmortalidad de la vida...mortal, o ci devant mortal, como diría un corresponsal de París.

El gobierno accedió a lo que don Atanasio pedía; a saber, que le oyera una junta de sabios, y que si no les convencía de que era infalible su descubrimiento, se le diese, no ya garrote, sino los mayores tormentos de la Inquisición, y que le descuartizaran si querían.

A los pocos días, las Academias de todas las ciencias, menos las morales y políticas, reunidas, publicaban su informe. En efecto, don Atanasio había descubierto el modo de preservar al hombre de la muerte, de toda clase de muerte; pero...



Pero no al hombre, así, en general; no a todos los hombres, sino a uno solo. A uno entre los vivos; pero los que este engendrara serían ya inmortales también. La idea se le había ocurrido a don Atanasio por la sugestión de ciertas teorías del malogrado filósofo Guyau, que, medio en serio, medio en broma, había hablado de la posibilidad de llegar a tal proceso, que hubiera medios de mantener el equilibrio de los elementos vitales en el organismo en constante renovación. Si la humanidad, pensaba don Atanasio, no ha hecho nada hasta ahora por su inmortalidad, ha sido culpa del apriorismo metafísico, y después por la dichosa teoría de la evolución, también metafísica, que dice que todo lo que nace muere. << Dejad las preocupaciones tradicionales; dejad a Spencer y demás sabios evolucionistas; empapaos en el profundo sentido de esa biblia natural que se llama el Origen de las especies, de Darwin, y estareis en el noviciado de la gran Orden de inmortalidad >>; esto decía don Atanasio. No hay para explicar aquí porque lo decía. Tampoco lo hay para dar razón detallada de por qué no podía inmortalizarse más que a un hombre y su descendencia. Ello era que los polvos de la madre Celestina, digamosló así, merced a los cuales se podía consegir la inmortalidad, eran de tan esmeradísima, dificil y delicada fabricación, que la humanidad entera tenía que consagrarse, en sacrificio, a producir el elixir misterioso, que era una quintaesencia de cierto jugo vital descubierto por don Atanasio Se calculó que se necesitaba que todos los millones de hombres que forman los pueblos civilizados y a medio civilizar, se dejasen hacer cierta operación dolorosísima, aunque no peligrosa, para sacar la sustancia necesaria para producir la inmortalidad de un solo individuo. Además, de tal operación exigía gastos desorbitantes de los Estados en materias químicas, estudios, hospitales ad hoc, viajes, comisiones, etcétera,etc. En fin, un dineral. Cada nación tenía que empeñarse para mucho tiempo.

No importaba; todo se daba por bien empleado. ¿Qué sacrificio no se haría por reconquistar la vida inmortal, perdida a las puertas del paraiso? La humanidad civilizada y a medio civilizar decidió ganar la inmortalidad para el hombre, costase lo que costase; pero...



¿ A que gato le ponía el cascabel? ¿Quién iba a ser el único inmortal entre los vivos, el nuevo Adán, fundador de la raza de los inmortales? Algunos sabios empezaron a protestar, diciendo que la cosa no era tan ventajosa como se creía; que era una inmortalidad ontogénica; no filogénica.

--¡Mentira! -- Replicó don Atanasio--, no se salva sólo un individuo, sino la especie, mediante los descendientes de un individuo.

-- Bueno; pero ¿quién va a ser el afortunado... inmortal?

--¡El Papa! --dijeron unos.


-- El emperador de la China -- dijeron los chinos.

-- El Rey de Inglaterra -- dijeron los ingleses

-- Nuestro amo --gritaron los alemanes.

-- El presidente de la República -- exclamaron los franceses: et sic de coeteris.

Los españoles se creyeron llamados a escoger el inmortal, pues don Atanasio, por pura distracción, se había dejado parir en España.

Y aparecieron mil candidatos. ¡Don Alfonso! ¡Don Carlos! ¡Cánovas! ¡Guerrita! ¡Irún! ¡Pablo Cruz!

-- Señores --dijo Ferreras desde El correo --; de no ser Sagasta, que casi nos lo había prometido... que sea... el mismo don Atanasio... el inventor.

-- ¡De ningún modo! -- protestó el Tribunal del Derecho--. Don Atanasio está condenado a muerte y la inmortalidad sería un indulto.

Algunos hombres sinceros que había esparcidos por el mundo, uno aquí y otro en Pekin, se hicieron oir.

-- Seamos francos -- decían --; un bien tan grande, tan impensable, tan incalculable como la inmortalidad nadie la quiere para otro, nadie quiere sacrificarse, sufrir esa terrible operación, gastar su hacienda... para consegir el tormento de morir sabiendo que pudo ser inmortal. Llegado el instante de la operación salvadora... nadie se dejaría operar para inmortalizar a otro.

¡Es verdad!, pensó la humanidad en silencio.

Algunos hipócritas sacaron a relucir el sofisma paradógico de que el mayor suplicio era una vida sin fin...

Ahora que se tocaba la posibilidad nadie creía eso; la sed de la vida inmortal se apoderó de todos; se suspendieron los suicidios, callaron los pesimistas, los místicos no pedían la muerte.

-- ¡A votar! ¡a votar! -- gritó el mundo entero.

Se votó por razas, por naciones, por provincias, por municipios, por barrios, por calles, por casas, por familias. Y cada raza se votaba a sí propia, y nada más, y cada nación lo mismo, y cada provincia igual; y así hasta llegar al seno de la familia... donde cada cual quería la inmortalidad para sí mismo. Todo fue inútil. El último resultado, cada hombre tenía un voto: el suyo.

-- ¡Hay que recurrir a la lotería! -- declaró el Congreso de las Naciones.

-- ¡ésa es la fija! ¡A quien Dios se la dé!... -- gritó a coro el infinito vulgo.

-- ¡Inútil! -- interrumpieron unos pocos hombres sinceros que había en la tierra.

-- ¡Inútil la lotería... porque ese premio gordo no se le entregará al agraciado; la humanidad faltará a su palabra: no sufrirá nadie la operación para que se salve un afortunado...

-- ¡Verdad! ¡Verdad! -- reconoció el mundo--. Nadie padecerá martirio por dar a otro la vida inmortal segura, visible, palpable.

-- No se piense más en ello; ha sido un sueño. ¡O yo, o nadie! -- declaró cada cual.

Y entonces el Tribunal de Derecho, que había condenado a don Atanasio, exigió la ejecución de la sentencia.

-- Como ni ha habido tal descubrimento, pues no hay modo de llevarlo a la práctica, no hay nada de lo dicho, señor mio... -- dijo la autoridad.

Y dieron garrote al inventor de la inmortalidad.

Y los hombres siguieron siendo mortales por la misma causa que la otra vez; por el pecado original.

Porque el pecado original, el que priva al hombre de vivir sin morir, es el egoísmo, el desamor, la envidia.

Y no el comer fruta verde.



LEOPOLDO ALAS (CLARÍN).

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Foto de nycolandia
nycolandia ï¿½ El 21/05/2010 a las 00:17

Hola!!
espero qe estes bien :)
me gustó mucho tu fotolog!
nos vemos. besitos :D

La máscara de la muerte roja

La máscara de la muerte roja

Edgar Allan Poe

La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.

Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre.

A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación.

Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces.

Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.

Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias.

Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.

Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.

-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!

Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.

Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó éste a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible.

Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.

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patremita ï¿½ El 11/05/2010 a las 17:03

hola amigo mio aqui voy a verte como siempre muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk patri

Sombra

Sombra
[Parábola. Texto completo]
Edgar Allan Poe

Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.

En una sombría ciudad llamada Ptolemáis, en un noble palacio, nos hallábamos una noche siete de nosotros frente a los frascos del rojo vino de Chíos. Y no había otra entrada a nuestra cámara que una alta puerta de bronce; y aquella puerta había sido fundida por el artesano Corinnos, y, por ser de raro mérito, se la aseguraba desde dentro. En el sombrío aposento, negras colgaduras alejaban de nuestra vista la luna, las cárdenas estrellas y las desiertas calles; pero el presagio y el recuerdo del Mal no podían ser excluidos. Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de la existencia que alcanzan los seres nerviosos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía; todo menos las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Alzándose en altas y esbeltas líneas de luz, continuaban ardiendo, pálidas e inmóviles; y en el espejo que su brillo engendraba en la redonda mesa de ébano a la cual nos sentábamos, cada uno veía la palidez de su propio rostro y el inquieto resplandor en las abatidas miradas de sus compañeros. Y, sin embargo, reíamos y nos alegrábamos a nuestro modo -lleno de histeria-, y cantábamos las canciones de Anacreonte -llenas de locura-, y bebíamos copiosamente, aunque el purpúreo vino nos recordaba la sangre. Porque en aquella cámara había otro de nosotros en la persona del joven Zoilo. Muerto y amortajado yacía tendido cuan largo era, genio y demonio de la escena. ¡Ay, no participaba de nuestro regocijo! Pero su rostro, convulsionado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte sólo había apagado a medias el fuego de la pestilencia, parecían interesarse en nuestra alegría, como quizá los muertos se interesan en la alegría de los que van a morir. Mas aunque yo, Oinos, sentía que los ojos del muerto estaban fijos en mí, me obligaba a no percibir la amargura de su expresión, y mientras contemplaba fijamente las profundidades del espejo de ébano, cantaba en voz alta y sonora las canciones del hijo de Teos.

Poco a poco, sin embargo, mis canciones fueron callando y sus ecos, perdiéndose entre las tenebrosas colgaduras de la cámara, se debilitaron hasta volverse inaudibles y se apagaron del todo. Y he aquí que de aquellas tenebrosas colgaduras, donde se perdían los sonidos de la canción, se desprendió una profunda e indefinida sombra, una sombra como la que la luna, cuando está baja, podría extraer del cuerpo de un hombre; pero ésta no era la sombra de un hombre o de un dios, ni de ninguna cosa familiar. Y, después de temblar un instante, entre las colgaduras del aposento, quedó, por fin, a plena vista sobre la superficie de la puerta de bronce. Mas la sombra era vaga e informe, indefinida, y no era la sombra de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios egipcio. Y la sombra se detuvo en la entrada de bronce, bajo el arco del entablamento de la puerta, y sin moverse, sin decir una palabra, permaneció inmóvil. Y la puerta donde estaba la sombra, si recuerdo bien, se alzaba frente a los pies del joven Zoilo amortajado. Mas nosotros, los siete allí congregados, al ver cómo la sombra avanzaba desde las colgaduras, no nos atrevimos a contemplarla de lleno, sino que bajamos los ojos y miramos fijamente las profundidades del espejo de ébano. Y al final yo, Oinos, hablando en voz muy baja, pregunté a la sombra cuál era su morada y su nombre. Y la sombra contestó: «Yo soy SOMBRA, y mi morada está al lado de las catacumbas de Ptolemáis, y cerca de las oscuras planicies de Clíseo, que bordean el impuro canal de Caronte.»

Y entonces los siete nos levantamos llenos de horror y permanecimos de pie temblando, estremecidos, pálidos; porque el tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos.

FIN

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hannahlafnagel ï¿½ El 10/05/2010 a las 15:33

ola!!!!!! k tal??????
espero k bien,
tu fotolog sta mu chulo, please pasate x el mio y comenta,
si t kieres enterar d lo ultimo d la saga crepusculo pasate x mi fotolog y dejame un comentario y si no t gusta y conoces a gent k le guste please diles k se pasen por mi fotolog grax!!! x cierto tu fotolog sta mu xulo
bsss
I LOVE ROBERT PATTINSON!!!
si t gusta mi fotolog please ponme en favoritos

Última foto del fotolog de Primeraluna
Primeraluna ï¿½ El 10/05/2010 a las 19:50

Hola cielo pasaba a desearte feliz semana
un beso corazon

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User 4805967 ï¿½ El 10/05/2010 a las 20:16

poe!es uno de los mejores autores de ese genero te hace dar miedito aveses jajaja
como as andado?mucho q no pasa x tu log!saludos

Silencio

Silencio

Edgar Allan Poe

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Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos
y las grutas están en silencio.
(Alcmán [60(10),646])

Escúchame -dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.

Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.

Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.

Y de improviso levantóse la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la roca era gris. En su faz había caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no pude descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACIÓN.

Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad, porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo.

Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.

Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.

Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.

Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.

Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer, en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.

FIN

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El gato negro -Edgar Allan Poe

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

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Foto de User 4805967
User 4805967 ï¿½ El 17/04/2010 a las 21:09

me encanta ese relato es cool y el gato q hermoso se parece ami elio xD

Última foto del fotolog de lachulii
lachulii ï¿½ El 19/04/2010 a las 13:06

hola me paso pasate devuelvo lo que firmes no fallo comprobalo besoss te espero por mi mf muy lindo tu flog besoss y suerte ...





lachuliiii

HOY ES MI CUMPLE.........

Aqui estoy con mi hija mas chica tengo ganas de regalarme un poema del MAESTRO....


Mario Benedetti

Como árboles

Quién hubiera dicho
que estos poemas de otros
iban a ser
míos

después de todo hay hombres que no fui
y sin embargo quise ser
si no por una vida al menos por un rato
o por un parpadeo

en cambio hay hombres que fui
y ya no soy ni puedo ser
y esto no siempre es un avance
a veces es una tristeza

hay deseos profundos y nonatos
que prolongué como coordenadas
hay fantasías que me prometi
y desgraciadamente no he cumplido
y otras que me cumplí sin prometérmelas

hay rostros de verdad
que alumbraron mis fábulas
rostros que no vi más pero siguieron
vigilándome desde
la letra en que los puse

hay fantasmas de carne otros de hueso
también hay los de lumbre y corazón
o sea cuerpos en pena almas en júbilo
que vi o toqué o simplemente puse
a secar
a vivir
a gozar
a morirse
pero además está lo qe advertí de lejos

yo también escuché una paloma
que era de otros diluvios
yo tambén destrocé un paraíso
que era de otras infancias
yo también gemí un sueño
que era de otros amores

asi pues
desde este misterioso confín de la existencia
los otros me ampararon como árboles
con nidos o sin nidos
poco importa
no me dieron envidia sino frutos

esos otros están
aqui

sus poemas
son mentiras de a puño
son verdades piadosas

están aqui
rodeándome
juzgandome
con las pobres palabras que les di

hombres que miran tierra y cielo
a través de la niebla
o sin sus anteojos
también a mí me miran
con la pobre mirada que les di

son otros que están fuera de mi reino
claro
pero además
estoy en ellos

a veces tienen lo que nunca tuve
a veces aman lo que quise amar
a veces odian lo que estoy odiando

de pronto me parecen lejanos
tan remotos
que me dan vértigo y melancolía
y los veo minados por un duelo sin llanto
y otras veces en cambio
los presiento tan cerca
que miro por sus ojos
y toco por sus manos
y cuando odian me alegro de su rencor
y cuando aman me arrimo a su alegría

quién hubiera dicho
que estos poemas míos
iban a ser
de otros.

004
Última foto del fotolog de sacabeza
sacabeza ï¿½ El 05/04/2010 a las 11:26

Buenas tardes.

Última foto del fotolog de patremita
patremita ï¿½ El 05/04/2010 a las 14:34

hola gaucho muchas felicidades

Última foto del fotolog de M_Angeles_M
M_Angeles_M ï¿½ El 05/04/2010 a las 17:25

Muchas felicidades en tu día.

Que tus años se llenen de alegria y salud.

>A<ngie.

Hasta pronto.

Te agrego a mis Favoritos

Foto de diosadelpoderio
diosadelpoderio ï¿½ El 06/04/2010 a las 14:42

Cuando estés triste
y preocupado
Y necesites algo
de cuidado amoroso
Y nada, nada esté bien
Cierra tus ojos
y piensa en mí
Y pronto estaré ahí
Para iluminar incluso
tu noche más obscura
Tu solo grita mi nombre
Y tu sabes que
donde sea que esté
Vendré corriendo
a verte otra vez
Invierno, primavera,
verano o otoño
Todo lo que tienes
que hacer es llamar
Y estaré ahí
Tienes una amiga
Si el cielo sobre ti
Se hace más oscuro
y se llena de nubes
Y ese viejo viento del
norte empieza a soplar
Mantén la calma
Y llámame en voz alta
Pronto me escucharás
golpeando a tu puerta

¿No es bueno saber
que tienes una amiga?
Cuando la gente
puede ser tan fría
Te lastimarán
y te abandonarán
Y se llevarán
tu alma si los dejas
Oh, pero no los dejes
Tu solo grita mi nombre
Y tu sabes que
donde sea que esté
Tienes una amiga

La historia del arte  eduardo galeano

Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subió a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.

Entonces los niños partieron de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le preguntó:

-Pero... ¿Cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?

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Un modelo de agricultor

El combate parecía terminado, cuando una última bala -una bala perdida- vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.
Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.

Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar.

Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil.

Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera.

Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo.

Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección.

Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas.

Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. Él sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. Él las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante.

Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.

FIN
Jules Renard

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Foto de User 4805967
User 4805967 ï¿½ El 18/03/2010 a las 15:02

HOLA COMO TE VA?ESPERO QUE MUY BIEN QUE TENGAS UN MARAVILLOSO DIA
ESTA MUY BONITO TU FOTOLOG,TE DEJO UN BESO GRANDE Y TE ESPERO X MI FLOG SI?
SALUDOS
MARIELA :)

Foto de User 4805967
User 4805967 ï¿½ El 20/03/2010 a las 11:33

HOLA PASO A DESPERDIRME PORQUE ME VOY POR UNOS DIAS DE VACACIONES JEJE
ESPERO QUE VOS ANDES MUY BIEN Y PASES LINDO TU FINDE Y SEMANAS :)
MILLONES DE BESOS Y AMOR Y PAZ
MARIELA

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Última foto del fotolog de esculturaencemento
esculturaencemento ï¿½ El 01/04/2010 a las 16:52

HOLA GAUCHO TANTO TIEMPO,TE DESEO ATI Y FAMILIA FELICES PASCUAS.UN SALUDO .SUSANA RUST

El carpintero  Eduardo Galeano

Orlando Goicoechea reconoce las maderas por el olor, de qué árboles vienen, qué edad tienen, y oliéndolas sabe si fueron cortadas a tiempo o a destiempo y les adivina los posibles contratiempos.

El es carpintero desde que hacía sus propios juguetes en la azotea de su casa del barrio de Cayo Hueso. Nunca tuvo máquinas ni ayudantes. A mano hace todo lo que hace, y de su mano nacen los mejores muebles de La Habana: mesas para comer celebrando, camas y sillas que te da pena levantarte, armarios donde a la ropa le gusta quedarse.

Orlando trabaja desde el amanecer. Y cuando el sol se va de la azotea, se encierra y enciende el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se ha dado el lujo de comprarse un video, y ve una película tras otra.

­No sabía que eras loco por el cine ­le dice un vecino.

Y Orlando le explica que no, que a él el cine ni le va ni le viene, pero gracias al video puede detener las películas para estudiar los muebles.

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Foto de User 4805967
User 4805967 ï¿½ El 13/03/2010 a las 22:17

hola como te va espero que muy bien pasaba a saludarte y decearte un buen finde que lo disfrutes y lo pases de lo lindo
re linda tu paguina como 100pre no cambien
milolones de besos
amor y paz


……..*..lovel…*
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t espero x mi flog
mariela

Última foto del fotolog de MANASES_020
MANASES_020 ï¿½ El 14/03/2010 a las 20:14

buenas tardes, esta chida tu log. BUENA SUERTE


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_______0000000000.:(bye te cuidas DTB

Puedes contar conmigo

ESTE POEMA DE MARIO BENEDETTI SE LO QUIERO REGALAR AL PEPE MI PRESDENTE
PARA QUE SEPA QUE PUEDE CONTAR CONMIGO

Puedes contar conmigo

Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo

(de una canción de Carlos Puebla)

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo

Mario Benedetti

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Última foto del fotolog de emii_crepusculo
emii_crepusculo ï¿½ El 08/03/2010 a las 19:29

PrimerA!
aa
cuando Pepe asumió la presidencia:D
pasa ii coomenta
kisses kisses
bbye:D

Tengo miedo
Tango
1928
Música: José María Aguilar
Letra: Celedonio Flores

En la timba de la vida me planté con siete y medio,
siendo la única parada de la vida que acerté.
Yo ya estaba en la pendiente de la ruina, sin remedio,
pero un día dije planto y ese día me planté.

Yo dejé la barra rea de la eterna caravana,
me aparté de la milonga y su rante berretín;
con lo triste de mis noches hice una hermosa mañana:
cementerio de mi vida convertido en un jardín.

Garsonier, carreras, timbas, copetines de vicioso
y cariños pasajeros... Besos falsos de mujer...
Todo enterré en el olvido del pasado bullicioso
por el cariño más santo que un hombre pueda tener.

Hoy, ya vés, estoy tranquilo... Por eso es que, buenamente,
te suplico que no vengas a turbar mi dulce paz;
que me dejes con mi madre, que a su lado, santamente,
edificaré otra vida, ya que me siento capaz.

Te suplico que me dejes, tengo miedo de encontrarte,
porque hay algo en mi existencia que no te puede olvidar...
Tengo miedo de tus ojos, tengo miedo de besarte,
tengo miedo de quererte y de volver a empezar.

Sé buenita... No me busques... Apartate de mi senda...
Tal vez en otro cariño encontrés tu redención...
Vos sabés que yo no quiero que mi chamuyo te ofenda...
¡Es que tengo mucho miedo que me falle el corazón!

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Foto de User 4805967
User 4805967 ï¿½ El 05/03/2010 a las 21:48

hola tanto tiempo muy bueno el video
como andas?espero que super bien y que alla estado lindo tu dia viernes
besos!y q disfrutes de tu finde
te espero x mi log si?
mariela