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Somos seres inseguros. Odiamos la incertidumbre. Necesitamos agarrarnos a cuatro puntos cardinales, referencias salvadoras para tener la certeza de que la tierra permanece firme bajo nuestro pies. Necesitamos saber que tras el día llega la noche, que todos los caminos conducen a Roma o que el Madrid nunca bajará a Segunda. Necesitamos saber que si necesitamos pan siempre nos quedará Pilar, como París para Bogart y Bergman. Hasta ahora. Y es entonces cuando descubrimos la volatilidad de nuestra existencia y la ansiedad se apodera de nuestro ánimo. La ciudad muda su piel como una serpiente, cerrando negocios que dan paso a franquicias despersonalizadas. Es ley de vida, dicen. Y un pepino. La UNESCO debiera tomar cartas en el asunto, dando la necesaria respuesta a las graves consecuencias de la desaparición de “Pan y empanadas Pilar”, asumir como bien público la continuidad en la explotación de dicho negocio, contratando panaderos y panaderas entrenados en el arte de despachar pan a todo aquel o aquella que no manifieste públicamente sus simpatías por el Real Madrid. Pilar no vendía su pan a semejantes desaprensivos, hasta ahí podíamos llegar. El asunto es serio. Afecta a nuestra identidad. Nosotros no queremos, como otros, la independencia, exigimos la dependencia del pan de Pilar, queremos dejar todo para el último segundo, vernos con una visita inesperada y acudir ipso facto a la Plaza, a comprar esa mítica bolla reseca y una bica dura como el cemento que sostiene ese puesto. Somos ourensanos y Pilar configura nuestro ADN como el “Dúas portas”, el “Orellas”, las Burgas o el baltarismo. No se, que pongan un holograma tipo princesa Leia, pero en lugar de entregar los planos de la Estrella de la Muerte a R2D2 que nos despache una barra de dos días soltándonos un discurso: “Mire, a cousa estalle moi mal, pero eu voulle dicir…”.
25/05/2017