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Una mañana de invierno, de esas tan oscuras como la noche, frío y lluvia copiosa, decidí construirme una guarida, una cabaña casera, con la manta del sofá estirada entre el respaldo de dos sillas enfrentadas y con los cojines a modo de sacos en una trinchera, haciendo las veces de paredes. Allí mismo, con la lámpara del dormitorio de mis padres, jarra de agua y vaso, me puse a hacer la caligrafía, cuando de repente se presentó un señor de negro, bajito y circunspecto:
Buenos días, vengo del servicio de recaudación del ayuntamiento. No nos consta que este inmueble esté al día en el pago del IBI
Sorprendido, no supe más que alegar:
Esta choza es provisional, hasta que mis papás descubran el desaguisado y me obliguen a restituir los elementos de construcción a su ubicación natural. Será inmueble hasta que tenga que devolver todo al sitio de donde vino.
¡Nada, nada!, ¡dispone de un plazo de alegaciones, a mí no tiene porque justificarme nada!
Y se fue por donde había venido después de extenderme una multa. Hacienda, que no te quepa la menor duda, somos todos.
21/12/2015
¡Buenísimo ¡¡¡¡