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CHUPACABRAS 1973: Capītulo 1 De: Iván Romero
El inicio del fin.
El tiempo no existe, el pasado no se puede alterar. El futuro aún no llega. Sólo tenemos el presente, aquí y ahora. El presente, se debe vivir, con el mismo placer de saborear un trozo de chocolate o recibir el beso de un bebé en nuestro rostro.
No obstante, existen circunstancias en la vida que no deben pasar al olvido.
Les relataré una historia que vincula a personas que poseen un corazón genuino. Su honestidad es tan poderosa, como el sonido del mar al golpear las rocas. Gente común, que buscan siempre el bien de todos. En ellos, la tolerancia, la solidaridad, es una herramienta para lograr más amigos.
La casualidad reina nuestras vidas. Esta historia comienza al amanecer de un martes 11 de septiembre de 1973. Un sol radiante comenzaba a marcar la grandeza de la cordillera de los Andes. En la población Los Lagos, en Chuquicamata, aquellas hermosas casas grises de dos pisos, que contaban con dos baños, uno en cada piso, en ese entonces, un lujo, un gran progreso para obreros y empleados, categorías que designaba en otrora, la empresa cuprífera estadounidense a sus trabajadores. Al recibir sus nuevas casas en comodato, recordaban con espíritu quejumbroso, que sus necesidades básicas, de aseo y duchas se realizaban en baños públicos, nada de elegantes, pero limpios.
La visita obligada a ellos, se hacía con una incomodidad que la familia chuquicamatina asumía impertérrita. Esta rutina se vivía en el sector de las casas llamado 2.000, formando parte de la historia del mineral, reflejando una realidad laboral, social y política del país.
Desde la calle Riñihue en la casa designada con el número 21 a, ubicada cerca de la línea del tren, al costado del camino que tiene como destino la puerta número uno de la mina, se hacen notar a esa hora, 8:37 de la mañana, seis camiones, a mucha velocidad transportando tropas militares al centro minero.
Quien da origen a este relato es: Guillermo Romero Rodríguez, archivo 54537, el cual orgulloso observaba su carné de plástico, no de papel, como era de uso común en el resto del país, este, lo otorgaba a sus trabajadores la empresa minera. Una identificación similar, validaba a sus cargas familiares, a su esposa Mireya Badtke Godoy y a sus hijos e hijas: Sol, Ildefonso, Mirtha, Alberto, Blanca, César y Patricio.
Él en sus inicios, fue un «carruncho» que recorría junto a una cuadrilla de trabajadores, la línea del tren en los cortes de la mina de Chuquicamata, cambiando durmientes, aquellos gruesos y cortos maderos, llamados en su jerga: «chuto», los cuales sustentaban el paso del tren. Guillermo, con el tiempo se convirtió en maquinista de la locomotora número 902 de transportación riel de la mina, que cumplía la misión de extraer el cobre de las profundidades de la mina de cobre más grande a tajo abierto del mundo en la década de 1970.
Guillermo, oriundo de Santiago, fue atraído a finales de 1956 por una oferta de trabajo seguro que ofrecía: Chile Exploration Company.
Las injusticias sociales vividas en el país y acentuadas desde 1907 junto una clase política que consideraba que mientras más ignorante fuese el trabajador, era más dúctil para sus propósitos, fueron creando un caldo de cultivo para movimientos sociales en Chile, los cuales buscan una visión renovada del nuevo hombre que consolidó la llegada de la reforma agraria del Presidente Eduardo Frei Montalva, obra que maduró con el arribo de Salvador Allende a la presidencia del país. Expropiaciones muchas veces mal concebidas, fundaron un rechazo en propietarios y dueños de fábricas al sistema de gobierno dela U.P. (Unidad Popular)
La Nacionalización del Cobre, fue el sello de la dignidad del trabajador en Chile. Nuestro cobre para nuestro país; no para un patrón o corporación extranjera, enriqueciéndose a través de los sacrificios de los obreros, razonaban los trabajadores.
Este joven minero, nacido en invierno de 1943, simpatizante del partido comunista, en aquella época, única corriente política, que afianzaba un mejor futuro a quienes buscaban la obtención de derechos y dignidad en su trabajo, llega al mineral y se convierte en líder natural de sus pares, herederos de las miserias y sufrimientos de quienes, en otrora, laboraban solo por fichas diarias, en vez de dinero, las cuales cambiaban por alimento en las pulperías de las oficinas salitreras. En aquel tiempo, los obreros tenían como lechos, la tierra y sacos. Como paredes de su hogar, calaminas. Un horno en el día y un témpano de noche. Habitaciones de tres por tres metros, en donde hacinados, mascullaban sus miserias.
Inolvidable son los cepos. Los señores de la oficina, lo utilizaban como instrumento de castigo a pleno sol, no importaba si fallecía el sentenciado. Estas y muchas otras inequidades, fueron el detonante en el futuro de los cambios políticos y sociales en Chile. El mejor ejemplo, la masacre en 1907 en Iquique, en la Escuela Santa María, de obreros y sus familias.