Segun Albrecht Classen, experto en historia medieval, no hay ninguna evidencia que nos indique que existieron o se confeccionaron este tipo de objetos en la Edad Media. La primera vez que se habla de ellos es en un libro de 1405, escrito por Konrad Keyeser, titulado Bellifortis, y que trata sobre máquinas de guerra. Es una obra muy técnica y se cree que el autor quiso amenizar un poco la lectura introduciendo una broma sobre un aparato que protegería la honra de los maridos cuando estaban en la batalla, lejos de sus mujeres.
El cinturón de castidad pronto se convirtió en un mito del que se hablaba y se hacían numerosos chistes y sátiras para burlarse de los hombres impotentes o mayores que no podían controlar a sus esposas, que iban en busca de parejas más activas sexualmente. Hay dibujos de la época que plasman escenas en las que el varón, que se va de viaje, le pone un cinturón de castidad a su pareja; al mismo tiempo que el amante sale del armario con otra copia de la llave”.
Otra de las pruebas que evidencian el aspecto mitológico y no real de este aparato es, según apunta Classen, “la falta de referencias al cinturón en las novelas de tipo cortés y en los autores de los siglos XIV al XVII. De haber existido ese objeto, sin duda, habría sido utilizado por los escritores de época, pero no lo mencionan. Los primeros cinturones reales se fabricaron en el siglo XIX y era costumbre que formaran parte de museos de la tortura, en los que se mostraba la crueldad y el oscurantismo de épocas pasadas”. El British Museum, en Londres, contaba también con una de estas piezas, atribuida a la Edad Media y que exhibía desde 1846, pero acabó retirándola tras comprobar que era falsa.
Desde el punto de vista anatómico y ginecológico, es ficción. Para empezar, se producirían llagas como consecuencia de las rozaduras, por el simple hecho de andar, estar sentada o agacharse; además de todo tipo de infecciones vaginales y anales, al dificultarse la higiene de la zona. Todo ello causaría septicemias, que sería difícil curar en la época y que producirían, finalmente, la muerte”.
En la época victoriana se fabricaron cinturones más pequeños, ligeros y refinados que eran usados por pequeños periodos de tiempo para evitar las violaciones, por ejemplo en viajes, como pruebas románticas de la fidelidad o para impedir que las mujeres, especialmente las más jóvenes, se masturbaran o se tocaran en cama durante la noche; ya que se creía que esta práctica era altamente perniciosa y podía derivar en enfermedades físicas o mentales.