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El académico, Premio Nacional y ex Rector de la Universidad Andrés Bello, es uno de los investigadores más citados en el mundo de acuerdo al último listado publicado por Clarivate Analytics, el cual reconoce los resultados excepcionales en investigación a nivel internacional.
José Rodríguez es el único chileno incluido en el listado de los científicos más influyentes del mundo, cuya versión 2020 fue publicada recientemente por Clarivate Analytics. Este listado reconoce a los investigadores de clase mundial por su excepcional resultado en investigación, demostrado por la publicación de papers altamente citados.
El Dr. Rodríguez ha sido incluido en este listado de manera ininterrumpida desde su creación en 2014, mismo año en que recibió el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, siendo el investigador chileno con mayor reconocimiento internacional en el área de la ingeniería eléctrica.
El destacado científico es ex Rector de la Universidad Federico Santa María y de la Universidad Andrés Bello, y actualmente es profesor investigador en la Facultad de Ingeniería de nuestra casa de estudios. Además, es investigador del Advanced Center for Electrical and Electronic Engineering (AC3E), un centro basal de Anid establecido en la Universidad Federico Santa María.
Sobre sus reiteradas apariciones en esta clasificación, señala que “la primera vez fue una tremenda sorpresa y me siento muy honrado por aparecer ahí. Ciertamente es un reconocimiento al trabajo que hemos realizado en Chile, un país pequeño y sin la gran tradición científica de los países desarrollados”.
En particular, el ranking anual de Clarivate Analytics es altamente exigente, ya que se evalúan las publicaciones de los últimos once años. “En ese período se cuentan los papers que están entre el 1% más citado de la especialidad. Como es un período móvil de evaluación, te obliga a estar en permanente actividad”, explica el académico.
Escrito por María José Marconi
Los segundos intercalares o bisiestos están presentes en nuestros relojes aunque no seamos capaces de notarlos. Uno podría pensa que el tiempo es una medida exacta que nos marca los ciclos necesarios para funcionar en la Tierra, no sólo el ciclo circadiano, sino la contabilización del tiempo para la tecnología y sus dispositivos que requieren una hora exacta para poder ser funcionales. Pero el tiempo como lo conocemos, es una medida inventada por el hombre y como tal, es imperfecto.
El hombre ha encontrado dos maneras distintas de establecer la medida del tiempo. La primera es la más conocida, se obtiene de los cálculos del movimiento de rotación, es decir, cuánto tarda exactamente la Tierra en dar un giro sobre sí misma. La otra forma es a escala microscópica, se obtiene a través de los llamados relojes atómicos que usan las vibraciones de átomos de cesio para medir el tiempo de manera increíblemente exacta.
El problema principal es que la Tierra es caprichosa y compleja, y no siempre tarda lo mismo en girar sobre sí misma. Es aquí donde se produce un desfasamiento en los relojes que están increíblemente cronometrados, ya que aunque las variaciones de duración de los días son desde luego muy pequeñas, a la larga se van acumulando hasta completar un segundo.
Para evitar estos desfasamientos, la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM), responsable de la norma internacional que fija los relojes el mundo, se ha tenido que inventar los segundos intercalares o bisiestos, que son de alguna manera como los días que agregamos a los años bisiestos, de ahí su nombre.
Cuando existe un desfasamiento entre el tiempo astronómico y el tiempo universal, que es el que todos usamos, se agrega un segundo intercalar a los relojes. Hasta el año de 2022 se han agregado 27 segundos intercalares en distintos años, el último fue en 2016.
Para los humanos los segundos intercalares pasan prácticamente desapercibidos, pues es un lapso de tiempo tan pequeño que ni siquiera somos capaces de notarlos. El problema viene cuando se trata de dispositivos satelitales o informáticos que requieren de una hora perfectamente cronometrada para poder funcionar. Los segundos intercalares pueden causar desajustes incluso en tecnología asociada a los viajes espaciales.
Es por esta razón que la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, ha tomado la decisión de desaparecer para siempre los segundos intercalares a partir de 2035. Por ahora los relojes seguirán aumentando un segundo cada que se requiera, pero a partir de 2035 ya no se harán ajustes entre el tiempo astronómico y el universal.
La decisión se tomó luego de la reunión de los 59 Estados miembro durante la Conferencia General de Pesos y Medidas, celebrada el pasado viernes en París. La jefa del departamento de BIPM, dijo a AFP que la decisión posibilitará “un flujo continuo de segundos sin las discontinuidades que actualmente provocan los segundos bisiestos irregulares”.
Luego del año estipulado, la BIPM dejará que el tiempo astronómico y el atómico se vayan distanciando paulatinamente. No será hasta la próxima conferencia que se celebrará dentro de 4 años, que los físicos decidirán los ajustes pertinentes para volver a sincronizar ambos relojes.
Las imágenes vinieron de las profundidades del mar en San José, Colombia. El pasado lunes 6 de junio, el mandatario colombiano Iván Duque reveló nuevas fotografías de la exploración de un barco hundido, donde se encontraron lingotes de oro, vajillas, monedas de ocho reales, cañones que datan de 1665 y otros tesoros que siguen ocultos en las profundidades del mar.
El naufragio es un sitio arqueológico en el mar Caribe que está a una profundidad de al menos 600 metros. Según la cobertura de AFP, corresponde a un barco que se perdió cerca de las costas de Cartagena el año 1708.
Colombian Presidency / AFP
La observación del sitio se realizó de forma no intrusiva, con ayuda de nuevas tecnologías. Las fotografías son las más nítidas que existen hasta el momento del galeón de San José, lo cual permite un análisis mucho más detallado y profundo sobre lo que se encuentra dentro de la embarcación.
Además, fueron encontrados dos barcos que naufragaron en momentos históricos distintos. Uno corresponde a la época colonial y el otro al periodo republicano de Colombia. Al no haber ni ningún registro previo de estas embarcaciones, su contenido es completamente desconocido.
Con respecto al hallazgo, el almirante Gabriel Pérez Garcés, comandante de la Armada Nacional, señaló que “Se abre un universo de opciones arqueológicas y de investigación.”
En el año 2016, se declaró que el galeón y sus alrededores son un bien de interés cultural. Hasta ese año, las exploraciones se habían realizado por equipos extranjeros. La vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, explicó los motivos de esta decisión:
“EL PATRIMONIO CULTURAL DE LA NACIÓN COLOMBIANA QUEREMOS PRESERVARLO EN COLOMBIA, EN UN MUSEO QUE TENGA LAS MEJORES CONDICIONES PARA QUE SEA UN PATRIMONIO CULTURAL ARQUEOLÓGICO HISTÓRICO QUE ESTÉ PARA EL BENEFICIO DE LAS GENERACIONES FUTURAS Y PARA EL BENEFICIO DE TODA LA HUMANIDAD”, DIJO.
Que el sitio arqueológico del galeón de San José sea bien de interés cultural implica que su resguardo, conservación y preservación estén a cargo de la Armada Nacional de Colombia, la intervención externa es restringida. Las autoridades mencionan que las coordenadas del sitio se manejan con discreción pues se trata de un asunto de seguridad nacional.
Este artículo es de la autoría de Lydia Leija, lingüista e investigadora sobre temas culturales y sociales. Actualmente, es documentalista independiente y creadora contenido digital para National Geographic en Español y Muy Interesante México.
En 2003, el filósofo Nick Bostrom, de la Universidad de Oxford (Reino Unido), fue quien formuló la hipótesis de la simulación, que en parte proviene de otras ideas como la expuesta por el legendario físico John Archibald Wheeler en 1989, que sugirió que el universo es fundamentalmente matemático y que puede considerarse que emerge de la información.
Bostrom, por su parte, con una visión más específica sobre como emergió esta información, parte de la premisa de que esto se debe a que una civilización avanzada debería llegar a un punto en el que su tecnología fuera tan sofisticada que las simulaciones serían indistinguibles de la realidad, y los participantes no serían conscientes de que están en una simulación.
Por lo que surge automáticamente la pregunta: si precisamente no estamos conscientes de esta en una simulación, ¿cómo probar entonces si tal extravagante teoría es "real"?
Ahí es donde entra el físico Melvin Vopson, de la Universidad de Portsmouth (Inglaterra). En un reciente ensayo para The Conversation, Vopson, con el fin de poner a prueba la intrigante teoría, propone la idea de que, en caso de que en realidad viviéramos en un universo simulado, este "contendría un montón de bits de información por todas partes" y que esos bits "representarían el código".
"Por lo tanto", escribe Vopson, "detectar estos bits de información demostrará la hipótesis de la simulación".
Así, basándose en su propia propuesta de "principio de equivalencia masa-energía-información (M/E/I)", que sugiere que "la masa puede expresarse como energía o información, o viceversa", el físico cree que los bits de información tendrían una masa pequeña. Por lo que, si se puede encontrar la masa de esos bits, añade, se estarían detectando teóricamente los propios bits.
Como ya reportó DW a principios de año, Vopson ha sugerido que la información, después de los sólidos, los líquidos, los gases y los plasmas, podría considerarse una quinta forma de materia en el universo.
Y según explica el mismo Vopson, su experimento para probar su existencia material consiste en "borrar la información contenida en el interior de las partículas elementales dejando que éstas y sus antipartículas (todas las partículas tienen versiones 'anti' de sí mismas que son idénticas, pero tienen carga opuesta) se aniquilen en un destello de energía, emitiendo 'fotones', o partículas de luz".
En caso de que Vopson lograse demostrarlo, y sepamos que estamos atrapados en una simulación, ¿cómo podríamos entonces salir?
En un nuevo artículo, Roman Yampolskiy, informático de la Universidad de Louisville, intenta responder precisamente esa pregunta y sugiere algunas formas de salir de ella. Spoiler: ninguna involucra la pildoras azul o roja como en Matrix.
Entre varias consideraciones, como, por ejemplo, establecer en qué tipo de simulación estamos, Yampolskiy propone en primera instancia atacar con fuerza bruta, forzando a nuestros simuladores a utilizar una potencia de cálculo cada vez mayor y por ende más energía, hasta que ya no puedan ignorarla.
Entre los otros métodos esbozados por Yampolskiy, destaca el de intentar atraer la atención de los creadores a través de un gigantesco monumento en binario para hacerles saber que lo sabemos o el de "hackear" la simulación, aunque, admite Yampolskiy, hasta ahora se está en la primera fase de investigación de las posibles formas de escapar. Y que, en realidad, todavía queda mucho por descifrar.
Así, para el informático, el siguiente paso sería investigar más la estructura del universo, en particular la mecánica cuántica.
"Como actualmente no tenemos capacidad para leer/escribir el código fuente de la simulación y no sabemos si nuestros intentos de ataques de ingeniería social tienen algún impacto, nuestra mejor apuesta es investigar la estructura de nuestro universo a la escala más pequeña posible con la esperanza de detectar efectos explotables", escribió, añadiendo que la mecánica cuántica tiene muchas rarezas, que "tendrían mucho sentido" si las viéramos como fallos o posibles explotaciones.
"Aunque los fenómenos cuánticos en cuestión se limitan típicamente a la microescala, basta con escalar el efecto al mundo macro para que cuenten como exploits en el sentido utilizado en este artículo".
Si, después de entender la idea base de la "teoría de la simulación", aún considera que no es más que un disparate, vale anotar que cada vez hay más científicos –en especial entre más profundizamos en la física cuántica– que consideran, por lo menos hasta cierto nivel, la teoría como plausible. Pero sin importar de qué lado se esté, lo que sí está claro que la naturaleza de nuestra realidad es y probablemente seguirá siendo uno de los mayores misterios que existen. En ese sentido, todavía entendemos muy poco del universo y de nuestra "realidad", por lo que seguramente aún quedan muchas sorpresas que encontraremos en nuestro camino.
Llamada Popcorn Bay, Popcorn Beach o simplemente la playa de las palomitas, lleva este nombre no por simple capricho humano sino porque su arena parece estar cubierta de palomitas de maíz acabadas de salir del horno. Blanquecinas con formas peculiares, cada grano de su arena hechiza a cualquiera que la visite por su gran parecido con un campo cubierto de millones de palomitas de maíz. Y aunque es muy tentador tomar un bocado, no hay que dejarse seducir por la apariencia, pues en realidad son una mezcla de algas y la arena de la playa.
La playa de las palomitas se encuentra en un paraíso caribeño único en su especie por sus características geológicas, las islas Canarias. El archipiélago per se, ya es un oasis en el desierto pues en medio del Océano Atlántico, sus islas están llenas de riqueza natural. Pero entre sus islas se encuentra Fuerteventura, la que quizá tiene la costa más paradisiaca de todo Canarias.
En Fuerteventura las playas abundan, su arena dorada refleja los destellos del sol y son los destinos más buscados por los turistas. Pero la isla es un tesoro lleno de riqueza natural y tiene mucho más que ofrecer. Justamente en la franja de litoral que se extiende entre El Cotillo y Corralejo se encuentra la playa de las palomitas cuyo nombre oficial es El Hierro.
Detrás de sus arenas de palomitas se encuentran los rodolitos, que son algas rojas que no se encuentran sujetas al mar y que son capaces de sintetizar carbonato para formar su esqueleto. Mientras se encuentran vivas, las algas tienen un color rosado o violeta, pero una vez que su ciclo de vida culmina, pierden su coloración volviéndose blanquecinas. El vaivén del mar luego hace lo suyo y moldea el resto del cuerpo de los rodolitos para luego arrojarlos fuera del agua.
Es así como se forman las arenas peculiares de la playa en Fuerteventura, un paraíso que nos habla de la historia del mar y sus habitantes. Los rodolitos son seres que crecen muy lentamente, tan sólo 1 milímetro por año, por lo tanto, son como pequeñas memorias del clima para los estudiosos de la Tierra. Esto es porque desarrollan bandas de crecimiento en su esqueleto que se relacionan con periodos de calentamiento o incluso de nubosidad. Eso sin contar que fungen como un ecosistema vivo, pues sus fondos constituyen refugios para otras especies marinas.