Soledad

Entre los perjuicios que nos deja esta pandemia, no es el menor el aumento de la soledad en personas ancianas. Los confinamientos y las medidas de seguridad sanitarias han alejado a los ancianos de sus hijos y nietos condenándolos a una soledad no deseada. Ya Aristóteles decía que "el hombre solitario es una bestia o un dios". En mayor o menor medida el hombre es un ser sociable y la soledad de los ancianos termina por convertirse en un problema de salud pública. 

Por ello no me sorprendió cuando hace unos días me llegaba la noticia de que Japón había creado un Ministerio de la Soledad. Y es que en el país nipón el problema es especialmente grave, por el elevado número de suicidios que acontecen entre las personas solitarias y por el creciente número de ancianos hallados muertos en su domicilio entre uno y tres meses después de producirse el deceso.

Pero ya en 2018 se le adelantó el Reino Unido cuando Theresa May nombró a Tracey Crouch, Secretaria de Estado para la soledad, siendo que nueve millones de británicos padecían esta condición. Lo cierto es que afrontar la soledad de los ancianos es uno de los grandes retos que los estadistas tienen por delante en este siglo XXI.

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