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La Reme es nuestra vecina del primero. Vive pensando en la cita semanal en la peluquería, en que la cajera del Gadis le tiene manía y en el qué haremos las del tercero. La Reme tiene alrededor de setenta años, y no está jubilada porque como dice ella, nunca trabajó: aguantó al gilipollas de su marido.
No sabemos qué le pasó al marido de la Reme. Por lo general, habla de él como si estuviese muerto. Sin embargo, no tenemos la certeza de su defunción. Igual sólo ha sido un divorcio pero conociéndola, bien pudiera tratarse de un asesinato en primer grado.
En mi planta (sólo hay una vivienda por planta, es un edificio muy antiguo) vivimos seis. Y aún nos sobra un salón para hacer fiestas y la sala de la plancha, en la que no hemos planchado jamás. Sólo en caso de necesidad, algún invitado poco digno de acompañar en la cama a cualquiera de las inquilinas oficiales, ha planchado la oreja en un sucio y raído colchón que hemos recogido de la calle y que lleva la etiqueta feos o indeseables.
La Reme, por el contrario, tiene un montón de colchones limpios y libres, porque en la misma superficie, dos plantas más abajo, vive en la única compañía de una pila de fotos antiguas. Ninguna de su ¿difunto? marido, muchas de sus hijos y nietos. A veces, cuando subimos de hacer la compra, nos intercepta en el rellano. La Reme es experta en tender emboscadas. Prefiere, por lo general, una víctima sola. Dos hablan entre ellas, y suelen tramar planes de huida con mayor éxito. Pero una sola le asegura conversación durante, al menos, media hora.
Yo tenía un truco infalible: la bolsa de congelados. no, Reme, no puedo pasar, de verdad, que se me descongelan los medallones de merluza. No funcionó durante mucho tiempo. A la tercera ocasión en la que desplegué con arte mi excusa, me arrancó la bolsa de los dedos (y por dios, que opuse resistencia) y me plantó un no pasa nada, ya te la guardo en el congelador. Me quedé más fría que los medallones.