var isMobileBrowser=false;
Ya habían pasado seis largos años en los que José Carlos
machacándose los codos sobre el pupitre de las escuelas y
echando humo por su cabeza cuando se sentó, por primera
vez, con catorce años, en las grandes bancadas de la
Universidad. Le pareció de una seriedad impresionante nada
parecida a lo pasado anteriormente.
Ahora necesito aparcar por un tiempo la vida escolar de mi
buen amigo y contaros algo más de lo que le fue sucediendo
en el plano personal. Dejando a parte los primeros cuatro
años en los que no recuerda muy bien y los que puede
recordar prefiere olvidarlos, empezaré contando los hechos
más relevantes de su niñez tal y como los vivió.
Retomando esos diez años de pos-guerra en los que la
escasez de alimentos era evidente, le llega a la memoria
un hecho que aunque para algunos les puede parecer cómico,
a los otros será lo contrario ya que pueden haber pasado
por situaciones similares.
Un buen día muy temprano, al igual que cada mañana, por la
puerta de la casa donde vivían sus abuelos maternos con sus
seis hijos solteros, pasó el pastor con su rebaño de
ove-jitas y corderillo y ¡Ya podéis imaginar lo que pasó!
Uno de los corderillos acabó en los platos que, en la
horade la cena, se puso sobre la mesa. Como quiera que el
domicilio de sus padres estaba relativamente cerca,
se les avisó del festín y, como se suele decir, esa noche
se ceno de caliente.
Por aquel entonces José Carlos contaba con cinco añitos.
Le causó una gran carcajada cuando riendo me dijo.- Sabes
Manuel, ya de niño mordía las tetas de las mujeres a pares.
En un principio me quede a cuadras (modismo-Sorprendido)
Viendo mi asombro, aunque me contagió sus risas se explicó
diciéndome.- No pienses mal amigo mío, mi abuela era muy
joven y mi madre también, con una diferencia de nueve
meses, tuvieron un bebe cada una, mi tía teresa que, a la
vez, es hermana de leche y a mi mismo. Lo que no es tan
normal es que yo, con cinco años, cuando llegaba la hora de
la merienda, dejaba de jugar con mis amigotes y al llegar
a casa decía.- ¡Mana Teta! y merendaba, pero si no
estaba mi madre, decía.- ¡Abuela Teta! no podía quedar
sin la merienda; Los dos nos hartamos de reír.
¡Este José Carlos era y es un chiste personificado! Lo que
sigo contando es ya para no levantarse del suelo. Cuando
paramos de reír, ¿Sabéis por donde me salió? agarraros fuerte
por que me dijo.- ¡Ah! otra cosa, sabes como me bautizaron,
yo sonreí y siguió diciéndo.- Sonríe que vas a reírte mucho
más cuando te lo cuente, al llegar a la iglesia llevaba
puesto un pantalón corto de color azul cielo con tirantes
del mismo color y una camisa de color blanco de manga corta,
pero lo más gracioso es que, en vez de los tradicionales
peucos, llevaba puestos unas sandalias grises del
número treinta y dos y también, que después de mojarme
la cabeza con el agua vendía me dieron una bolsita de
caramelos; Aquí tenía seis añitos. Menos mal que para la
comunión mi traje de almirante de la marina
era el que más lucía de todos los demás niños.