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Hoy, 12 de septiembre, la Iglesia Universal celebra la fiesta del Santísimo Nombre de María. Según costumbre de los judíos, ocho días después del nacimiento de la Virgen, sus padres le impusieron el nombre de María. La liturgia, que ha fijado algunos días después de Navidad la fiesta del santo nombre de Jesús, ha querido instituir también la fiesta del santo nombre de María poco después de su Natividad.
El hecho de que la Santísima Virgen lleve el nombre de María es el motivo de esta festividad, instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la iglesia, le den gracias por su omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María.
El nombre de la Virgen era María (Lucas 1, 27), nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre hebreo de María, en latín Domina, significa Señora o Soberana; y eso es ella en realidad por la autoridad misma de su Hijo, soberano Señor de todo el universo. Gocémonos en llamar a María Nuestra Señora, como llamamos a Jesús Nuestro Señor; pronunciar su nombre es afirmar su poder, implorar su ayuda y ponernos bajo su maternal protección.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor. Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!, Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
¡Oh dulce Virgen María!,
quede tu nombre en mis labios,
como sello de mi vida,
como mi obsequio y regalo.
¡Oh dulce Virgen María!,
veo a Gabriel a tu lado:
alberca de toda gracia,
jardín por Dios habitado.
¡Oh dulce Virgen María!,
delicia de los cristianos,
cuna sagrada de Cristo,
cobijo de atribulados.
¡Oh dulce Virgen María!,
para el discípulo amado;
para la Iglesia de Cristo,
Evangelio anticipado.
¡Oh dulce Virgen María!,
intimidad que yo amo;
coloquio de mis deseos,
descanso de mis cuidados.
¡Oh dulce Virgen María!,
bandera enhiesta en lo alto:
mira a la Estrella más bella,
invócala y serás escuchado.
¡Oh dulce Virgen María!,
Puerta del cielo esperado:
¡A Jesús toda la gloria,
por el don que nos ha dado! Amén.