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Muchos himnos religiosos egipcios (especialmente el Himno a Atón), inspiraron en forma directa diferentes salmos, cuyo ejemplo más evidente es el Salmo 104.
La cultura cananea influyó sobre los salmos y probablemente también sobre el resto de la literatura hebrea. El rey David, que según la Biblia era poeta (no poseemos ninguna otra biografía suya) perfeccionó la organización litúrgica y aplicó un poderoso impulso a la poesía salmódica hasta alcanzar la gran variedad y calidad de los poemas reunidos en este libro.
Durante el período de la dominación persa los salmos están en pleno apogeo y se van diversificando en multitud de estilos y géneros diferentes: himnos, imágenes mesiánicas, lamentaciones individuales o grupales, escatología, súplicas a Dios confiando en recibir una respuesta, textos didácticos que recuerdan importantes episodios históricos, cánticos de acción de gracias de personas individuales o de la nación entera, etc.