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Primeramente dedico este testimonio a los encadenados del mundo, para que ellos sepan, igual que lo conocí yo, que en Cristo hay vida y la hay en abundancia. Después lo dedico a aquellos que han escogido ignorar la palabra de Dios. Para que en lo que murmuren, glorifiquen el nombre de Cristo.
Durante los últimos días del mes de Octubre del año 1990, este siervo aceptó a Cristo como Señor y dueño de su vida. En los siguientes días no hubo casi cambio en mí. Pero el 31 de Diciembre de ese mismo año decidí probar más en serio y en vez de salir para una fiesta pagana, me fuí a pasar aquel año nuevo en la Iglesia. Aquella noche fue diferente. Aquella noche se rompieron las cadenas y para siempre Cristo ha sido el centro de mi vida.