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Keith Haring es un autor maldito, tanto que ni figura en el listado del folleto que la Diputación reparte para dar a conocer la exposición. Así están las cosas. Es un autor incómodo, habla de sida y de otras cuestiones de mal gusto cuando se tratan en público mostrándolas en un cuadro. No es un Warhol pintando Marilyns o un Lichtenstein y sus besos de cómic. Alguien debió pensar que, vaya, tampoco era cuestión de ignorarlo, pero si resultaba aconsejable ubicarlo en una esquina y a ser posible en pequeñas dosis. Haring molesta porque pretende abrir debates en un mundo distraído con la frivolidad.
04/02/2017