miarroba
Billar, y II

El billar huele a humo de tabaco enredándose en la bombilla de una lámpara olvidada, a ojos entrecerrados por ese mismo humo saliendo de la colilla cosida al labio, boca de alguien olvidado, no importa quién. La chica del anuncio argumenta sonriente las ventajas de la botella grande. Predica en el desierto porque aquí son más de chupito o corto de cerveza bebido a cuentagotas mientras la cabeza juega con la geometría a dos, tres bandas, la partida está perdida si la bola no cumple. Siempre es otro quien tiene la culpa o en todo caso la mala suerte. Lamentando, una vez más, aquella jugada que “me hubiera cambiado la vida”. Escucho con desidia su letanía. Su juego, una vez descubierto, aburre: aparentan ser perdedores cuando lo suyo es cobardía. No es mi historia. Yo tengo un plan. Me reiré de todos estos imbéciles, les sacaré hasta el último centavo de sus cochambrosos bolsillos y me iré sin mirar atrás. Mi espalda será lo último que recuerden del capullo que les birló todo, incluida la dignidad si es que aún conservan algún resquicio.

30/10/2016

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