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La doble pena de Haití

Haití ha sido considerada por mucho tiempo la nación más pobre del hemisferio occidental, aquella donde los gobiernos tienen muy poca maniobrabilidad social, ya sea por las permanentes tensiones entre fracciones políticas, o por la bancarrota financiera de un estado asolado por la corrupción, con una paupérrima estructura de servicios y muy limitadas posibilidades de recaudación fiscal.


Muchos atribuyen esta herencia de subdesarrollo a los años de férrea dictadura de la familia Duvalier, cuyo padre François fue famoso por la despiadada represión contra su pueblo a través de los policías-brujos “Ton-Ton Macouts”; y cuyo hijo, Jean-Claude, la reforzó con un nuevo cuerpo policial, mientras los dos saquearon los bienes del país a discreción, hasta su caída en 1986, la que abrió esperanzas de un futuro mejor.


Hoy esta sufrida nación se ha despertado devastada por el mayor sismo de su historia. Pena sobre pena para este pueblo que no ve una luz al final del túnel. La realidad es que los problemas de pobreza, falta de educación, inestabilidad política, inseguridad ciudadana y temores y prejuicios seculares ahuyentan a los inversores y alejan las posibilidades de que el país salga de la fosa del subdesarrollo.


La historia de Haití ha sido compleja desde sus inicios, y no está exenta de un fuerte componente racial, por ser Haití la única nación casi totalmente afro de toda América. En el imaginario popular latinoamericano su imagen y su cultura han sido asociadas folclóricamente con rituales voluptuosos de hechicería y sincretismo, mientras algunas rimas propagan el negativo cliché de que “me llaman el negrito del Batey, porque el trabajo para mí es un enemigo”.

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H2O_F4

Mujer, 114 años

Korea del Sur

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