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La doble pena de Haití

Es innegable que durante la colonia, cuando un esclavo escapaba de las zarpas de su amo europeo, asociaba el trabajo productivo con un castigo de Dios, al ir ligado a todos los maltratos físicos y morales que recibía. Y es comprensible que al liberarse solo deseara instalarse en una ribera y tratar de vivir de la naturaleza bondadosa, separado de la mentalidad hiper-productiva y acumuladora.


En las últimas décadas la comunidad internacional ha canalizado toda clase de ayudas a este país, de la cual, una parte ha servido sin duda a paliar necesidades, mientras otra va a parar inexorablemente a las bodegas de funcionarios y oficiales corruptos; haciendo que la cadena de solidaridad externa termine en un círculo vicioso de dependencia y mendicidad, que nunca produce el resultado esperado, cual es orientar el país hacia el progreso.


Pero reflexiones aparte, la prioridad ahora es expresar la mayor solidaridad humana con esta vapuleada nación, en la forma de todos los bienes, medicinales y alimentos que sea posible. Talvez esta tragedia mueva la conciencia de muchos haitianos a tratar de superar ese hado negativo que no le permite al país avanzar, y estimule el deseo de intervenir más proactivamente a los miles de profesionales e intelectuales de la diáspora haitiana que escaparon a toda América durante la época de oscuridad política.


Solo un esfuerzo común, organizado, emprendedor y profundamente solidario podrá ayudar a esta nación, la primera que logró su independencia de Europa en el siglo XIX, a dejar de ser “la cenicienta de América” y a colocarse en una senda de futuro.

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Mujer, 114 años

Korea del Sur

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