HACER EL RIDÍCULO

Hacer el ridículo es un arte que merecería unos Oscar, unos Bafta y unos Grammy, pero reírse del patetismo de uno te hace si no más sabio, sí más feliz. He pasado por cientos de momentos ridículos en mi vida. Siendo niño empecé a correr por el parque con un helado en la mano porque mi padre dijo: “¡Corre, que se te derrite el helado!”. Una vez, en el colegio, me mandaron a portería al ver que estaba enfermo. Me fui a la portería del campo de fútbol (la única que conocía en mi escaso vocabulario de entonces) mientras caía un chaparrón contundente en la fría Palencia. Mi madre al llegar no daba crédito: “¿Qué haces aquí?”. “Es que me han dicho que espere en portería”, respondí tiritando. No hace falta irse tan lejos. El pasado fin de semana pedí en un bar una caña (para mí) y vinos y refrescos para la familia, que estaban en una mesa alta al fondo del local. A mi lado había un matrimonio que se fue a fumar, dejando una caña prácticamente sin tocar. Me despisté y pensé que esa caña era la mía, así que me la llevé como si nada a la mesa con mi familia. Al volver para pagar vi cómo el hombre (con muy malas pulgas) se quejaba ante la camarera por haberle retirado la caña, mientras la trabajadora no entendía nada. Intenté desfacer el entuerto, pero ya era tarde: el hombre no se fiaba de que hubiera bebido de su vaso. Existe un gozo perverso y sano a la vez en ver al otro pasar vergüenza. En una era en la que aparentar está a la orden del día, y sucumbimos a la quimera de la perfección, apuesto por reivindicar el patetismo. Cuanto más metemos la pata, más humanos somos.

(Borja Negrete)

Que levante la mano el que no haya tenido alguna vez en su vida la sensación de hacer el ridículo. Todos sin excepción aunque no lo haya querido reconocer.   Ridículo es un adjetivo que califica a las personas, a las situaciones que puden parecer raras a los ojos de los demás y que puede provocar en unos risa y en otros vergüenza. Pero todo esto en el fondo nos hace humanos, no somos perfectos pero es cierto que no todos tenemos el mismo sentido del ridículo. No hay más que ver en la moda algunos modelos que la gente se pone en eventos o desfiles que son ridículos o estrambóticos pero que por ese motivo dan notoriedad e incluso funcionan como una provocación voluntaria.

Otra cosa son los comportamientos que se tienen, algunos fruto de un malentendido, como lo que nos cuenta Negrete con esas anécdotas personales. El miedo a ser un "pringao" a los ojos de los demás es algo que nos puede atenazar. Ya lo dijo Napoleón: «De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso". Y del ridículo sobre todo en una persona pública es un lugar del que es muy difícil regresar. A nivel individual y anónimo todo tiene arreglo. Si piensas que son hojas de una verdura y te intentas cocinar estas hojas de una planta con la helada de la mañana. Nadie se puede enterar.

Besos.