LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS

La inclinación a compararnos con los demás no nace con el ser humano, pero tropezamos con ella muy pronto, entre los 12 y los 18 meses para ser exactos. Los bebés viven en el limbo de la felicidad inconsciente hasta que, llegados a esa edad, acontece un episodio que marcará su desarrollo. Un día el niño se mirará al espejo y se reconocerá por primera vez en la imagen reflejada en él. Lo celebrará con grandes muestras de alegría ¡menudo descubrimiento! Si las cosas van bien, los adultos cercanos le dirán que es muy guapo, rico, simpático y perfecto. Se crea así un "yo ideal", en palabras de Freud, que es fundamental para gozar más adelante de una buena autoestima.

A partir de ese momento aparecen los demás, parecidos o diferentes a nosotros, que se convierten en los nuevos espejos, y con ellos llegan las comparaciones: las de semejanza ("¡eres igualito que papá!") y las de confrontación ("¡a ver si aprendes de tu hermano!"). En la adolescencia, con los grupos de pares y la influencia de los modelos sociales, los espejos se multiplican; si son positivos, dan información valiosa sobre quiénes somos y hacia dónde podemos dirigirnos. Si son negativos la identidad se quebrará. Párese un momento a recordar cómo eran las comparaciones que recibió en su educación y qué impacto produjeron en usted: ¿le devolvieron una imagen positiva, negativa o ninguna?

(Isabel Serrano)

Un tema peliagudo éste de las comparaciones. Hay que tener una gran madurez y una personalidad muy marcada para escapar a esta tendencia de compararnos siempre con los demás. La sociedad lo hace desde el principio y hace que nosotros mismos seamos los que nos ocupemos de estar simpre analizándonos en función de los demás.

Soy más alta que fulana, más gordo que mengano. Esta chica viste mejor que yo, tengo menos dinero que mi vecino, mi compañera de trabajo se comporta fatal comparada conmigo. 

Esto es lo que hay que tratar de evitar y centrarse en uno mismo, marcarse retos sin tener que estar siempre pendientes de los demás. El deseo de perfeccionismo puede jugar una mala pasada y minar nuestra autestima o ,al revés, el exceso de narcisimo convertirnos en unos seres despreciables. Bien por la admiración positiva y por el deseo de superación. Pero... a vida es como es.

Besos.