NO SIEMPRE LO MÁS CARO ES LO MEJOR

La mañana del 7 de enero comí en un bar junto al mar, separado de la playa por una escalera de unos veinte escalones. En la mesa de al lado, una familia: dos parejas jóvenes, una mujer mayor y dos niños, de unos cuatro o cinco años, cargados de juguetes nuevos de gran tamaño. Mientras los adultos comen, los niños pasean y juegan entre las mesas y a veces bajan a la playa. De pronto, se acerca la niña corriendo hacia la mesa de sus padres gritando: «¡Miren lo que trae Pepe!». Detrás de ella, porque al ser algo menor corre menos, Pepe aparece agitado y muy feliz llevando en su mano algo que no puedo distinguir. Puede ser una concha, una piedra o un cangrejo muerto y lo enseña con orgullo a todos los comensales. Sin embargo, ellos exclaman al unísono: «¿Y los juguetes?». Habían quedado abandonados en la playa, a unos cien metros de la mesa donde comían. Inmediatamente dos comensales se levantaron de la mesa y salieron a gran velocidad a buscar los juguetes nuevos. Ni ellos ni yo sabremos nunca qué traían de la arena, orgullosos, los niños porque todos hemos cambiado los valores y cada vez vale más lo que de verdad importa menos. Recuerdo con cariño cuando alguna vez mis hijos, aún lactantes, disfrutaban más jugando con las cajas vacías, plásticos y papeles de regalo rotos que con sus juguetes nuevos.

(Leonardo Miño)

Esto que cuenta este señor lo hemos visto más de una vez. Niños saturados de regalos, todos del mismo día, que no saben por dónde empezar a jugar, abrumados y que acaban entreteniéndose con las cajas y los papeles de los fantásticos juguetes que habían recibido. Estos críos de la historia que nos refieren se ensimismaron con una concha o una piedra bonita y dejaron los juguetes abandonados ante el espanto de sus padres.

Hay que sacar una lección de esto. Quizá estamos llenando a los niños de cosas materiales en plena crisis de valores. El juego debe ser una actividad espontánea y conseguir que el niño dé rienda suelta a su imaginación y en más de una ocasión una caja tirada por una cuerda es preferible al más perfecto de los coches electrónicos y unas toallas enrolladas pueden ser acunadas como si fueran una muñeca. No quiero decir con eso que los juguetes, según dijo un ministro, deban ser aparcados y que hagan huelga, pero si darlos con mesura. De igual manera, aunque los niños hayan deseado con mucho entusiasmo cada uno de los juegos que reciben, cuando son demasiados, se pierde pronto el entusiasmo y el interés cuando éstos se acumulan. Son tantos que al final muchos terminan utilizándolos solo un par de veces para luego ser olvidados. A veces un simple peluche puede gustarles lo que más.

Besos.