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Saudade... Oiga, vecino, sabe el significado
de esta palabra blanca que como un pez se evade?
No... Y me tiembla en la boca su temblor delicado.
Saudade...
¿Y si en lugar de perseguir la felicidad nos quedáramos quietos para que ella nos alcance?”, pregunta el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Buena pregunta para estos días, en los que la palabra felicidad habitará en nuestras frases y deseos hasta saturarlos.
Corremos detrás de la felicidad, ¿pero qué dejamos atrás mientras nos lanzamos en esa búsqueda compulsiva? A veces nuestros vínculos, a veces nuestros espacios interiores, a veces nuestros mejores sueños.
Creemos que la felicidad es una presa y que, una vez cazada, podremos colgar su osamenta, como un trofeo, en nuestras paredes.
Creemos que tendrá forma de auto nuevo, de casa nueva, de flamante celular, de computadora poderosa, de nueva pareja, de sexo a discreción.
Creemos que tendrá forma de Disneyworld o de Miami, de joya, de reloj de colección, de champán caro, de colección Armani. Y continuamos en la carrera, y cuando creemos haberla atrapado abrimos nuestras manos y no hay nada o sólo hay un efímero placer, que pronto se esfuma y pide más.
No hay presa, sólo plumas. Es que la felicidad no es un fin ni una presa. Inútil correr, entonces.
La felicidad es la consecuencia de una manera de vivir, es lo que nos deja una vida con sentido, con empatía, con propósitos y horizontes que vayan más allá de nuestro ombligo.
La felicidad es lo que nos alcanza cuando vivimos de modo que mejoramos un poco el mundo. Y para eso no sirve correr, hay que estar.
Por Sergio Sinay |
Mamá, si desaparezco, ¿adónde voy?
No lo sé, hijo.
Solo sé que si desaparecieras te buscaría entre la tierra y debajo de ella.
Tocaría en cada puerta de cada casa.
Preguntaría a todas y a cada una de las personas que encontrara en mi camino.
Exigiría, todos y cada uno de los días, a cada instancia obligada a buscarte que lo hiciera hasta encontrarte.
Y querría, hijo, que no tuvieras miedo, porque te estoy buscando.
Y si no me escucharan, hijo;
la voz se me haría fuerte y gritaría tu nombre por las calles.
Rompería vidrios y tiraría puertas para buscarte.
Incendiaría edificios para que todos supieran cuánto te quiero y cuánto quiero que regreses.
Pintaría muros con tu nombre y no querría que nadie te olvidara.
Buscaría a otros y a otras que también buscan a sus hijos para que juntos te encontráramos a ti y a ellos.
Y querría, hijo, que no tuvieras miedo, porque muchos te buscamos.
Si no desaparecieras, hijo, como así deseo y quiero.
Gritaría los nombres de todos aquellos que sí han desaparecido.
Escribiría sus nombres en los muros.
Abrazaría en la distancia y en la cercanía a todos aquellos padres y madres; hermanas y hermanos que buscan a sus desaparecidos.
Caminaría del brazo de ellos por las calles.
Y no permitiría que sus nombres fueran olvidados.
Y querría, hijo, que todos ellos no tuvieran miedo, porque todos los buscamos.
Marcela Ibarra Mateos
«El día de hoy no se volverá a repetir. Vive intensamente cada instante, lo que no significa alocadamente; sino mimando cada situación, escuchando a cada compañero, intentando realizar cada sueño positivo, buscando el éxito del otro; y examinándote de la asignatura fundamental: el amor. Para que un día no lamentes haber malgastado egoístamente tu capacidad de amar y dar vida»
-Robin Williams, 1951-2014
foto tomada de internet.
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