Cae el martillo. Traspasan los clavos la carne de Dios. Mis pecados golpean. Son mis pecados te carne que se ceban en la carne divina. Mi lascivia que ensangrienta su pureza. Mis envidias, mi ira, mi gula, mis rencores, mi pereza Y quedan sus manos abiertas y sus pies clavados. Y yo enfrente, entre el mundo que ríe: - ¡Bájate de la cruz ! ¡Bájate de la cruz ! Pero, no, Señor, no te bajes y esconderme en sus llagas para que se duela allí mi espíritu y se haga casta ni carne.