Los acabadores, un siniestro oficio del pasado

En ocasiones conocer determinadas tareas de tiempos pasados nos puede erizar el vello. Este del que hablamos hoy es una función ya olvidada y casi desconocida para el hombre del siglo XXI: los acabadores.

Al igual que existían las parteras para ayudar y provocar los partos y acompañar al ser humano a ver la luz, su versus eran los acabadores, llamados por las familias para acompañar y provocar el tránsito de personas moribundas, por cuya vida nada se podía hacer, ya fuese por accidente o por enfermedad. Un "oficio" que existió al menos en los países ribereños del Mediterráneo occidental (Mar Tirreno, Mar Ibérico e islas). Un "oficio" del que se tiene constatación desde el siglo XVI, hasta mediados del siglo XX.

Todo ello se practicaba con un marcado ritual. Para empezar los acabadores tenían que haber superado una serie de pruebas que demostrasen que Dios estaba con ellos (como beber agua bendita y escupirla para apagar de una sola vez un fuego). Después habian de purificar todo lo que rodeaba al enfermo con agua santa, vinagre y sal. Asimismo, se rezaban dos oraciones: una para invocar a los antepasados del moribundo y otra para que la Virgen lo guiase. Después se le daba un brebaje tóxico y se le ladeaba la cabeza, de tal forma que el acabador le pudiera dar un solo golpe certero y mortal en la nuca con un martillo de madera previamente bendecido. Hecho esto rezaba una postrera oración por el alma del fallecido y anunciaba a la familia: "¡Ya se ha ido!". Según el lugar, también podían existir otras formas de ejecutar el acto.

En Cartagena se conoce de la existencia en el siglo XVII de uno de estos acabadores, de nombre Fulgencio Sevilla, afincado en diputación de La Aljorra. Un caso frecuente por el que era llamado era para asistir a personas que mordidas por perros, contraían la rabia. Así evitaban verle morir entre espasmos, convulsiones, espuma por la boca, y terribles gritos de dolor.

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