VALORANDO A LOS DEMÁS

Estoy parado frente a una de esas consolas que permiten elegir entre una carita verde y sonriente, una carita menos verde y menos sonriente, una carita roja de gesto mustio y una carita ardiente. Y me siento como un dios decidiendo el designio de algún pobre mortal que ni siquiera conozco. Como un emperador romano. Ocurre en música, ocurre en el arte, ocurre también en el periodismo o la política. La mayoría de bandas que no consiguen llegar al estrellato terminan desapareciendo más pronto que tarde, los cineastas raramente pueden mantener una larga carrera, los deportistas que no acceden a la élite deben dejarlo y buscar otra cosa. El trabajo modesto aunque eficiente y callado no tiene nada que hacer frente a los elefantes en la cacharrería. Haz ruido, polariza, véndete y difama.

Una vez más, sospecho que esta situación se deriva de la identificación de la persona con sus gustos. Funciona en ambos sentidos: o algo nos parece fantástico porque lo consideramos parte de nuestro ser o nos horroriza porque no lo es y merece la pena ser denigrado, insultado, señalado. Hemos perdido la capacidad de distanciarnos de nuestros gustos y, por ello, las opiniones han dejado de tener valor porque ya no son opiniones, sino mera toma de partido identitaria que no dice nada acerca de aquello de lo que hablamos, sino de nosotros mismos.

(Héctor Barnés)

Es más que cierto. Nos pasamos la vida últimamente juzgando, valorando, puntuando a los demás. Al hacer una compra, en una llamada telefónica en donde te piden que del uno al diez pongas en valor para bien o para mal un servicio, una persona, un profesional a quien no conocemos de nada, solo de un momento que podría ser el mejor de su día o el peor de todos y eso va ya a determinar una puntuación, así en un par de segundos. Como si fuéramos el emperador romano con el pulgar hacia arriba o hacia abajo.

Y en las cuestiones del arte, cine, música, literatura casi decidimos sobre el futuro, la continuidad o no en su trabajo. En la televisión, en los concursos, nos sentimos tan poderosos... Lo peor de todo es que no somos objetivos porque hay muchos factores que pueden influir, la afinidad a lo que hace o dice, nuestros gustos personales y un sinfín de cosas.

Si yo os pido una valoración  de mi foto, podéis hacerlo del cero al diez...

Besos.