MAGIA BLANCA DE DRUIDAS CELTAS

2 PARTE

En ese lugar ahora conocido como Lacimurga (ciudad preromana), esa noche de luna nueva el cielo era de un negro impenetrable y solo la suave luz de la estrellas permitía orientarse entre las siluetas del bosque de robles. Una fría brisa hacia mecer la bruma y entre ella un murmullo de agua dejaba adivinar al río como una sombra vestida de reflejos de cristal.

De la parte más profunda del bosque provenían encantadores sonidos de flautas y voces casi místicas, que ponían armonía en la estela de silencio dejado por el volar de las mariposas. Los acompasados acordes se hacían más cercanos y la noche se iluminada de fluctuantes luces anaranjadas en una especie de danza de fuego y de sombras, que hacían aparecer y desaparecer en la oscuridad las siluetas de unas construcciones circulares de piedra cubiertas de escobones.
En ese claro del bosque, en torno a un impresionante dolmen de granito vertical, hombres y mujeres ataviados con sus mejores galas y joyas, danzaban en medio de un círculo de piedras, en una especie de ritual alrededor del fuego. Hacía años que la lluvia visitaba muy de tarde en tarde sus cosechas y hasta el alma del bosque comenzaba a sufrir la prolongada sequía.


Por el poblado se había corrido el rumor de que la falta de lluvia tenía origen en la desaparición de su sacerdotisa. Una hermosa Druida de cabellos de oro, de la que se decía que de su belleza tenían envidia hasta las mariposas y poseía poderes sobrenaturales para transformarse en ave y hacer mover las raíces de los árboles a su voluntad para llevar a cabo curaciones y magias. Desde su marcha, su casa de madera situada en lo alto de la colina, junto a una encina milenaria, permanecía sin habitar. Todos la recordaban con afecto y cariño y añoraban sus aquelarres de magias blancas en las noches de luna llena.

En el centro del ritual, un druida de largos cabellos blancos, vestido con sayo de lana y una capa blanca de lino, arrojaba al viento pétalos de rosas blancas y hundía en la tierra seca, semillas de muérdago ayudándose de su vara.

Por un momento la música cesó, callaron las arpas y las flautas y todos permanecían en silencio, el Druida levantó hacia el cielo un medallón de plata con forma de aspas que conocían como Trisquel, símbolo que representaba el equilibrio entre la mente y el espíritu.

Todos se unieron al druida brazos en alto con las manos enlazadas, invocando con oraciones a las fuerzas del viento y a la tormenta. Aclamaban al bosque y a sus amigos sagrados los robles y las encinas. El fuego parecía acompañarles elevándose desde el centro del claro del bosque hacia las copas de los arboles.

En un instante la fría brisa se transformó en viento y el viento en un rugido de truenos y rayos que envolvían el bosque sacándolo de la penumbra. Todos quedaron en silencio y en una especie de éxtasis, mientras una suave y generosa lluvia mojaba sus rostros acompañada de mágicos sonidos que trasladaban sus ecos sobre las colinas.

Abrieron sus ojos y vieron que el sol ya asomaba entre las nubes vistiéndolas de arcoíris de infinitos colores. La lluvia había empapado todo y apagado el fuego, el agua corría en torrentes hacia el río atravesando el bosque. Un aroma inconfundible de inciensos, romeros y rosas inundaba el lugar y les hacía recordar a su sacerdotisa desaparecida. Ese era el olor de sus ropas y de su magia. En ese instante todos la recordaron dirigiendo sus miradas hacia su casa en la colina que parecía iluminada por el arcoíris. Un Elanio Azul permanecía posado en la encina junto a la casa observándoles. Entonces comprendieron que su Druida, había decidido regresar junto a ellos y con ella su magia.

AUTOR LACIMURGA